
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Fundido ibérico
En plena recta final de la Gala de los Goyas, ya se sabe quiénes son los ochenta lugareños que la Academia del Cine ha permitido que asistan a esa cuchipanda onanista que todos los años organiza esta institución, convertida en un minifundio subvencionado, para decirle al mundo que ellos son muy buenos y que aquí se hace buen cine. Después de sacarle a las instituciones granadinas ocho millones de euros para sus francachelas indecentes, han decido que de casi mil quinientas butacas que tiene la sala donde se desarrollará el acto, no sean más de ochenta los granadinos que asistan a la gala, que, no hay que olvidar, han pagado los contribuyentes que viven en la ciudad de la Alhambra. Y aquí me tienes a munícipes, diputados, delegados y demás probos baluartes de nuestra sociedad (con sus respectivas y respectivos), pidiendo hora en la peluquería y encargando los ternos, smokings y modelitos gaseados de Versace para estar acordes con ese presumible glamour que, según los cronistas de sociedad, requiere el cotarro. Siendo así, mejor es que hubiera habido un sorteo para ver qué granadinos asisten al festejo, si el zapatero del Zaidín o el albañil del Albaicín, y no los privilegiados de siempre, acostumbrados a coger los canapés con la mirada alta, el rictus de asco y el meñique extendido. Y no nos engañemos, los catetos de aquí acudirán como pavos hinchados de anís a la cita con la esperanza de hacerse un selfi en el photocall con los nominados y las nominadas, pues no hay otra misión que atender esa noche en la que los académicos del cine, como hábiles trileros, se sentirán orgullosos de haber engañado a otros incautos que han elegido el cubilete donde no estaba la pelotita.
Esperemos que en esta gala made in Granada no haya tabarras políticas ni pasiones vindicativas como antaño (aunque al ser el Ayuntamiento del PP, alguno o alguna se puede atrever con una algarada particular), mensajes en contra de la guerra y esas monsergas que nos endiñaban aquellos privilegiados actores que, a pesar de ser millonarios, pretendían convertirse en los garantes de la moralidad de este país. Menuda panda de frívolos endogámicos. Dicho esto, a mí me hubiera ilusionado que un Goya fuera para Paniolla, que rima con la palabra más redicha en esta tierra y que les han puesto a huevo a los quintilleros de las carocas del próximo Corpus. Lo dicho: ¡Un Goya para Paniolla!
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