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David Fernández
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El otro día, en un acto sin alharacas, escuché el 'gracias' más sobrecogedor que he oído en mi vida. Lo pronunció Antonio Ramos Espejo cuando el Ayuntamiento de su pueblo, Alhama de Granada, le nombró hijo predilecto. Era un 'gracias' desprovisto de memoria y sin otros artificios lingüísticos que lo arroparan, porque Antonio padece alzheimer y de su mente solo salió esa única palabra que concentraba el profundo agradecimiento que sentía en ese momento. Cuando la pronunció, sus manos acariciaban la de su hija y su esposa, con la dignidad del gladiador vencido que ya no puede retener los recuerdos.
Toda mi vida he admirado a Antonio Ramos, espejo en el que me miraba cuando era muy joven y quería ser periodista. Alguna vez he escrito que un día soñé poder ser como él. Ese periodista capaz de estar con los marginados y los reprimidos y de escribir libros como Andalucía: campo de trabajo y represión o Pasaporte andaluz. Su mirada personal, precisa y consecuente, constituyó para mí una escuela, la mejor escuela. En el acto, su amigo Andrés García Maldonado nombró sus méritos dentro del Periodismo, que no son pocos. Y enumeró sus libros, que quedan ahí, en los anaqueles de la historia de este oficio. En aquellos años en los que esta tierra andaluza pedía a gritos el reparo de la dignidad perdida, él tecleaba la máquina de escribir con el convencimiento de que en sus dedos danzaba la reina de la libertad. Fue él y periodistas como él los que alumbraron el trayecto de los que estábamos un tanto perdidos al iniciarse en España un tiempo nuevo después del franquismo. Antonio Ramos nos mejoraba con su existencia y nos servía como modelo a la hora de enfrentarnos al folio en blanco. Antonio Ramos ha sido una forma de ser dentro del periodismo y si él escribía nosotros no teníamos más remedio que leerle si queríamos llegar a ser esa persona a tener en cuenta en un oficio.
Después del acto en el Ayuntamiento de Alhama, en el pequeño refrigerio, muchos nos acercamos a abrazarlo. Lo más probable que él no se acordara de aquellas caras que se aproximaban a la suya, pero todos sabíamos que a quién abrazábamos era a Antonio Ramos, al gran Antonio Ramos. Antonio ha perdido su memoria, pero somos muchos los que nos acordamos de él.
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