Gran Prix cuatro estaciones

09 de septiembre 2024 - 03:06

En el Gran Prix del Verano de TVE1, dos pueblos, con sus alcaldes al frente, han competido por el trofeo y por los 30.000 euros del premio. Los concursantes se han enfrentado a los troncos locos, esquivado coliflores gigantes y sorteado a la ‘desinquieta’ vaquilla que los sacó de quicio, añadiendo dificultad a los juegos en los momentos más inesperados. Este año ha ganado el pueblo de Olvera. Benissalem, perdió. Dos años seguidos ganando pueblos andaluces. En 2023, ganó Alfacar, el pueblo de la multiplicación milagrosa de los panes: no hay panadería en Granada que no anuncie –con o sin razón– que su pan se cuece en este pueblo. El combate fue épico. Todo se decidió en la prueba del Diccionario: los de Benissalen contestaron, equivocadamente, que “lifio” era un mamífero australiano. Pero “lifio” resultó ser una palabra inventada y los tres puntos que necesitaban los mallorquines para superar a los andaluces, se perdieron. Los parlamentos y sus miembros, deberían pagar el copyright a los que idearon este juego. Porque llevan mucho tiempo, olvidando sus altas responsabilidades y su obligación de administrar decentemente los recursos que los contribuyentes ponemos en sus manos, jugando al Gran Prix las cuatro estaciones del año. Estamos a punto de terminar el verano, han vuelto los chicos de sus vacaciones, ya los tenemos otra vez en las instituciones, empeñados en juegos diversos: la pirula, el pillapilla o la pedofilia festiva de un alcalde irresponsable. Junts a la conquista de la independencia, acaudillados por un payaso que se escapa, bichea por las calles, miente y desprestigia a ‘sus’ Mossos, socavando la autoridad de un cuerpo tan necesario para proteger a los catalanes. Los ansiosos opositores, retratándose en una Moncloa deseada, émula vana del palacio presidencial, y su líder desbarrando al hablar de deportaciones masivas ‘individualizadas’. Sánchez, ‘pacificando’ Cataluña, y encabronando al resto. María Jesús Montero, en modo ‘hermanos Marx’, asegurando que su acuerdo con Esquerra ‘dice lo que dice y no dice lo que no dice’, trabalenguas infantil con el que lo petaría en los patios de Primaria. En el azucarillo de mi café del desayuno pone: “Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey. El palacio se convierte en un circo”. O en una jaula burocrática de fieras.

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