Rosa de los vientos
Pilar Bensusan
Érase una Navidad
Postdata
Tengo a mi vista las cifras que acreditan la disminución drástica del numero de matrimonios. No me cabe duda de que tal fenómeno responde a una compleja transformación social que obedece a causas y motivos. De las primeras, objetivas y lamentables, cabe destacar, entre otras, el trato tantas veces degradante e infame que reciben los jóvenes en el mercado laboral. En cambio, entre los motivos se observa una alteración más profunda, arraigada en esta sociedad nuestra que huye del compromiso y se siente incapaz de tejer vínculos duraderos. Ellos, creo, explican mejor el declive de una institución esencial.
Y es que el matrimonio exige una dedicación continua y una actitud firme. Querer al otro por lo que es y no por lo que tú quieres que sea; dialogar en toda circunstancia, incansablemente, porque si muere el diálogo el matrimonio morirá; perdonar sin condición ni mesura. Todo un proyecto vital que hoy pocos están dispuestos a emprender. Khalil Gibran, en El Profeta, dedica a los cónyuges palabras sabias, de las que a mí siempre me impactaron estas: “Y permaneced juntos, mas no demasiado juntos. Porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro”. Tiene que haber un espacio de libertad que oxigene y renueve esa vida en común que no es una, sino dos.
Queda, claro, el esfuerzo de sobrellevar los años. Élder F. Burton Howard, dirigente mormón, nos dejó un pensamiento clarificador: “Si queremos que algo dure para siempre, nos dice, debemos tratarlo de forma diferente. Lo cubrimos, lo protegemos, nunca lo maltratamos ni lo dejamos a la intemperie. Si lo hemos hecho así se hará más hermoso con el paso del tiempo.”
Algún estudio solvente asegura que el matrimonio es “el diferenciador más importante” entre personas felices e infelices. Pero supone un reto tan fatigoso, desafiante y perenne que no se equivoca el papa Francisco cuando reconoce a los consortes una enorme valentía, merecedora de admiración. Es la que hoy siento por Irene, una nueva, primorosa y queridísima hija que el destino me regala, y por Fale, un hombre de coraje que, por su bonhomía, me enorgullece como padre. El próximo sábado, quiéralo Dios, se darán un sí generoso, raro y atrevido y, con él, empezarán a construir un futuro que yo, desde aquí, amorosamente les deseo dichoso, fecundo y capaz de superar siempre los azares y trabas del camino. Ojalá que así sea.
También te puede interesar
Rosa de los vientos
Pilar Bensusan
Érase una Navidad
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Niño-Dios de esta noche
Cambio de sentido
Carmen Camacho
Navidades de pueblo
Lo último