Juan Codorníu Solé

Un hombre de paz

13 de diciembre 2011 - 01:00

LA investigación para la Paz tiene sus orígenes en los años 50 del pasado siglo en algunas universidades estadounidenses, en un contexto de amenaza de holocausto nuclear y de gran preocupación por el futuro del ser humano tras el desastre que supuso la segunda guerra mundial, por lo que su nacimiento respondió al objetivo fundamental de estudiar las causas de los conflictos armados. En el Instituto de la Paz y los Conflictos de la Universidad de Granada, y concretamente en el grupo de investigación al que pertenezco, el planteamiento que nos hacemos dentro de la amplia agenda de investigación para la paz, no se centra tanto en esta preocupación por la violencia, como en el intento de aportar conocimiento sobre las posibilidades de realización de las diferentes paces que puedan darse en cualquier ámbito de las relaciones humanas. Para ello, partimos de la idea de que las paces de las que hablamos constituyen procesos que pueden ir construyéndose en la cotidianeidad de las relaciones que mantenemos en cualquier nivel. Coloquialmente nos autodenominamos 'Imperfectólogos', es decir estudiosos de una Paz que es imperfecta, no en el sentido de algo defectuoso, si no en el sentido de inacabado, de aquello que está en proceso constante, de aquello que está mezclado, que es híbrido, impuro o mestizo.

Hoy recordamos a Enrique, con quien afortunadamente tuve la oportunidad de compartir la creación de Omega, trabajo que a quienes estuvimos involucrados nos marcó profundamente durante una buena época, dejando además una huella imborrable en nuestra vida. Y me gusta recordar toda aquella experiencia como algo imperfecto, como una elaboración permanentemente inacabada, porque Enrique con su fuente de creatividad inagotable, siempre estaba modificando las cosas durante la grabación, y lo que valía un día, no servía para nada al día siguiente. Y también por eso, ninguno de los conciertos de la primera gira de Omega que yo viví, fue uno igual a otro: si un día sacaba a bailaores con máscaras lorquianas, al siguiente podía sacar a un gitano del rastro de Madrid recitando poemas, y siempre buscando aportar un nuevo horizonte de expresividad.

Yo creo que las personas que buscan incesantemente la creatividad como Enrique, aunque fuese de manera intuitiva sabían algunas de las cosas que algunos utilizamos en nuestras argumentaciones académicas, y por ello pienso que él creaba con el material imperfecto que moldea el mundo real.

Enrique, con su humor tan característico, con su cercanía, propiciaba el relajamiento de las posiciones y que la gente a su alrededor se mostrara creativa, porque sabía escuchar, o mejor aún, como decía en alguna de las letras que cantaba "porque escuchamos con los ojos y con los oídos vemos". Y esto, no significa otra cosa que un reconocimiento del otro, de lo diferente, y esta es la base del mutuo entendimiento.

Así, me gusta recordar la pacífica cotidianeidad con la que te acogía la familia Morente, y expresar también mi gran admiración y afecto por Aurora, por lo que hago público aquí mi reconocimiento hacia ella, como una mujer constructora de paz, cómo la mayoría de las mujeres por cierto.

Hoy, quiero recordar a Enrique como un hombre de paz, un hombre impuro porque era de este mundo donde todo es híbrido y mezclado, un hombre que supo crear belleza a partir de los materiales que le proporcionaba este mundo imperfecto en el sentido de interminablemente inacabado.

El cantaor, en el Teatro del Liceo de Barcelona.

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