IA, salud y equidad

Asistimos a una incesante cascada de noticias sobre la Inteligencia Artificial (IA) y su aplicación real o futura en numerosos ámbitos de la sociedad. Muchos de los casos de uso que tienen aplicación en la práctica están cambiando las rutinas cotidianas casi sin darnos cuenta. La IA irrumpe de manera transversal y supone un cambio disruptivo que aporta avances significativos aunque también desafíos.

En el ámbito de la salud hay ya importantes aplicaciones de la IA que están comenzado a aportar mejores resultados, tanto en conseguir una mejor precisión diagnóstica en relación a distintas patologías, como también una mayor capacidad de influir positivamente en el pronóstico y evolución de la enfermedad. En otros casos, cabe señalar que se aportan claves para un tratamiento eficaz.

Estamos en condiciones de pronosticar que la IA puede suponer un elemento fundamental para dar un salto cualitativo de enorme importancia para conseguir más y mejor salud para el conjunto de la sociedad. Se puede aventurar un cambio relevante en el ámbito de la medicina que posiblemente influya en ofrecer más años de vida a la población y más vida a los años, si las instituciones públicas (los Gobiernos) y las corporaciones profesionales hacen bien sus deberes.

Los Gobiernos tienen que desarrollar la infraestructura necesaria para acreditar científicamente que cualquier aplicación de la IA a la gestión de una patología tiene la evidencia demostrada para beneficiar la salud de cada persona.

A partir de ahí, los Gobiernos deben asegurar la equidad en el acceso incorporando cada aplicación acreditada a la cartera de servicios como un derecho exigible y haciendo que la gestión de ese derecho supere las barreras que dificulten la equidad. Si las autoridades españolas hacen bien esto y lo hacen pronto, aportarán además como valor añadido una enorme capacidad de abrir mercados globales a las empresas españolas propietarias de estas aplicaciones, lo que sería un claro beneficio de nuestra economía.

Las organizaciones profesionales tendrían que incorporarse activamente en este proceso para aportar criterios de ética que beneficien a pacientes y ciudadanía, al tiempo que desplegar un esfuerzo de capacitación de sus profesionales que permita incorporar a la práctica clínica todas las mejoras que contribuyan a la mejor excelencia profesional.