Andrés García Ibáñez

El inacabado de fortuny

Resistiendo

Con frecuencia han insistido los estudiosos de la obra de Mariano Fortuny en diferenciar entre sus pinturas más acabadas o elaboradas, por lo general firmadas y vendidas en vida del autor, y otras –de abrumadora mayoría en número- que quedarían inacabadas a su temprana e inesperada muerte en 1874. Al primer grupo pertenecerían obras como La Vicaría o La elección de la modelo y al segundo la monumental Batalla de Tetuán o el Paisaje de Granada. La cosa, no obstante, no es tan simple pues existen pinturas importantes en su trayectoria, impresiones captadas en apenas una sesión breve, como los cuadros Pórtico de la Iglesia de san Ginés o La señorita del Castillo en su lecho de muerte, firmadas y por tanto finalizadas a ojos del propio pintor. Pinturas de una factura abocetada y muy simplificada, de grandes facetas de color, aplicado con generosa expresión de poética matérica, sin llegar a cubrir, en multitud de ocasiones, la totalidad del soporte. En este sentido, La batalla de Tetuán, que el artista conservó en su estudio de Roma hasta su fallecimiento, no sería una pieza inconclusa sino una suerte de compendios técnicos y expresivos, magistrales, de su modo de entender el ejercicio de la pintura, llevado a unos extremos plásticos extraordinarios por la belleza de la materia pictórica y sus múltiples formas de ser extendida sobre el lienzo, bien en gruesos empastes o leves impregnaciones de pintura muy disuelta, bien en ejercicio de pincel, brocha o espátula, de formas minuciosas, muy definidas, o radicalmente abstractas en amplias zonas de color. Sería, por tanto, una obra completamente acabada, y su gran legado para la posteridad. En realidad, a Fortuny hay que entenderlo en toda su obra dentro de la poética de lo inacabado, sea éste en mayor o menor grado. Es un artista genuinamente español, que entronca perfectamente en la gran escuela inaugurada por El Greco, que se desarrolla en Velázquez y alcanza en Goya una libertad expresiva y poética que llega hasta hoy. Una pintura, que Lafuente definiría como de “veta brava”, que Pacheco ya calificó como de “crueles borrones”, y que traduce aquellos rasgos de la realidad que han interesado al artista de una forma emocionada, exhibiendo con naturalidad generosa la materia pictórica, sin ocultarla jamás y sacándole el mayor partido expresivo posible, de una forma que hoy podríamos denominar como informalista o de pintura pura. Todos estos caracteres son siempre evidentes en Fortuny, incluso en sus obras más minuciosamente elaboradas.

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