Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Un hombre para la eternidad
Crecí con él. Canté y desafiné con él. En ocasiones, mis ojos y la vida a través de sus letras, se llenaban de lágrimas. Sentí, dibujando el mundo que nos contaba y que, por desgracia, casi nunca tenía que ver con el que a diario toca transitar. Escribí con él, imaginando que un día mis poemas enamorarían también a alguien o llenarían el alma de quienes, como yo, apenas teníamos edad para fumar. Pero no hay marcha atrás. Nunca la hubo, y de este tren, en ocasiones como hoy, me parece sentir que siempre se bajan los mejores.
Mi guitarra copió sus acordes y sus letras. Pero me fue siempre imposible cantar sin emocionarme, sin temblar la voz. Sus poemas derraman ternura y reproche, reivindicación y bandera, libertad y pasión. En aquel entonces, la vida era eso. Cantar, destilar adolescencia y juventud, una guitarra y un poyete en la huerta de San Vicente, un balón y un paquete de Ducados, el campillo de aquella Arabial cortada en tramos. Y crecer contigo, con el maestro, imaginando que cantando sus canciones ligaríamos más, imaginando que entre acordes aparecería Penélope con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón. Y subir la cuesta, claro. Que arriba mi calle, la suya y la nuestra, siempre estaba vestida de fiesta…
Pero uno, que siempre cree que los mató el tiempo y la ausencia, olvida que su tren vendió boleto de ida y vuelta. Y con el ticket de vuelta sacado, me acerqué a Oviedo, a sentir que despedía una parte importante de mí, de la banda sonora con que la vida nos obsequia a cada paso. Lo oí hablar. Y a la Princesa también. Entre los dos, otra vez con voz y sentimiento entrecortado, con su emoción y alguna lágrima, me hicieron ver que no, que este ticket aún da para el viaje de ida, que mientras aporreara las cuerdas de una guitarra, Curro el Palmo seguirá vivo, la vida nos besará en la boca, que Lucía será siempre la más bella historia de amor jamás escrita, que yo también nací en el Mediterráneo, y que hay mucho que hacer para que esos locos bajitos sigan naciendo en él. Que hoy, y mañana, volverá a ser un gran día.
El maestro nos regaló vida sin límites. Dicen que cansado, terminaron sus giras. Me queda la frustración de no haberlo conocido en persona, de no haberlo saludado, de no haberle dicho lo que aquí escribo entre imágenes, recuerdos y emociones. De no haberle llamado maestro a la cara. No vendrá de gira. Pero en sus canciones poseeré la grandeza de su alma.
Toca afinar la guitarra y temblar la voz. Como él. Aunque toque bajar la cuesta, aunque haga aún veinte años que tienes veinte años, y aún tienes fuerza, y aún no tienes el alma muerta, y todavía eres capaz de seguir cantando, sí otro, sí nosotros, cantamos contigo. Perdona mi tosco castellano. Sólo fue un día en que la emoción (qué equivocado estaba), me hizo, nos hizo pensar que arriba, en nuestra calle, se acabó la fiesta.
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