Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Mirada alrededor
Es natural la euforia socialista por los magníficos resultados obtenidos en las elecciones catalanas, triunfo que aplaudimos los que hemos considerado como un auténtico golpe de estado lo ocurrido en Cataluña, desde el 1 de octubre de 2017, al que el Rey hizo frente, como era su obligación –a igual que su padre en el 23-F– y la Justicia cumplió también con la defensa de la Constitución y el Estado de Derecho. Un proceso fracasado –sus responsables en la cárcel o huidos, las empresas saliendo de Cataluña, la economía golpeada…– que Pedro Sánchez, con su obsesión de mantenerse en el poder, revivió, indultando a los procesados, eliminando del código penal los delitos de sedición y malversación y, últimamente, aprobando la ley de Amnistía que le exigía el prófugo Puigdemont. Todo a cambio de los votos independentistas, a los que debe su permanencia en La Moncloa.
El incontestable triunfo de Salvador Illa es sólo un paréntesis, porque sería ingenuo pensar que los soberanistas han sido derrotados, a pesar de la debacle de ERC, con las dimisiones de Aragonès y Junqueras. En el Parlamento catalán y, sobre todo, en el español, donde su peso sigue intacto, seguirán exigiendo, a Illa –si al fin es elegido president– y al genuflexo Sánchez, lo que deseen, como lo han venido haciendo. Aunque no sea tan inmediato como la convocatoria de un referéndum, hay cosas importantes que pueden cederse a cambio de colocar a Illa al frente de la Generalitat y mantener a Sánchez en el Gobierno de España, tales como la fiscalidad, la justicia autónoma y la retirada paulatina del Estado de espacios claves de poder. El PSC no es ajeno a las tesis de la pluranacionalidad ni al incremento de competencias y singularidad de trato, en detrimento de otras comunidades. No mencionaremos siquiera el improbable esperpento de que Sánchez acabara cediendo la cabeza de Illa a Puigdemont, a cambio de no retirarle los malditos siete votos que le permiten seguir en la Moncloa, a pesar de conocer la falta de escrúpulos de don Pedro. En cualquier caso, él ha sido el que ha revivido al monstruo grotesco que se refugió en la guarida de Waterloo. Veremos lo que maquina el ex honorable don Carles.
El independentismo no ha muerto, es sólo un animal herido, cosa más grave si cabe. Como saben que de ellos dependen los gobiernos de la Generalitat y el de España, sólo nos queda ver como acaba este rancio culebrón, donde Puigdemont y Sánchez siguen siendo los protagonistas intentando salir del laberinto catalán por ellos trazado como nuevos minotauros.
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