Carlos Colón

Ya no estás más a mi lado, corazón

La ciudad y los días

Es memoria sentimental mía y de varias generaciones con canciones como 'El reloj', que el lunes marcó su última hora

15 de noviembre 2018 - 02:32

Las tardes olían a café de puchero y alhucema del brasero de cisco. Y morían despacio de muerte natural. Se dejaba que la luz agonizara haciendo imperceptible la transición a la noche temprana. Cuando al fin se encendía la lámpara, y mira que eran de pocos vatios las bombillas de filamentos amarillentos, se entrecerraban los ojos deslumbrados. El entretenimiento era el periódico releído por la abuela pronunciando bajito las palabras que deletreaba, los recuerdos de gentes muertas hace muchísimos años que me contaba como si fueran novelas y la radio que era el reloj que marcaba el paso del tiempo casi inmóvil. Sus señales horarias eran el disco dedicado, la novela, el serial infantil y el parte.

Lo he vuelto a vivir, con una intensidad casi dolorosa, cuando en la absoluta indefensión emocional de la duermevela del amanecer se me coló ayer entre los sueños ya deshilachados: "Es la historia de un amor/ como no hay otro igual,/ que me hizo comprender/ todo el bien, todo el mal./ Que le dio luz a mi vida,/ apagándola después./ Ay que vida tan oscura,/ sin tu amor no viviré". Y Herrera dijo que había muerto Lucho Gatica. El favorito de mi madre junto a Gardel. Asombrosa capacidad de la música popular para guardar la memoria sentimental cotidiana más cierta. Tan viva que hiere al hacer por un instante presente lo pasado, vivo lo muerto, de regreso lo que nunca volverá.

¡El gran Lucho Gatica! Fue Raúl Matas, otro chileno clave en nuestra memoria sentimental, el de Discomanía de la SER, quien impulsó su carrera dándolo a conocer en 1948 en su programa La feria de los deseos; y quien le presentó al Trío Los Peregrinos, con el que grabó en 1952 Contigo en la distancia. Un año más tarde grabó Bésame mucho con la orquesta del gran pianista y arreglista escocés Roberto Inglez, un tipo curioso que se dio a conocer en Londres con la orquesta del venezolano Edmundo Ros, en el Coconaut Grove de Regent Street, y a principios de los años 50 se estableció en Chile siendo clave en los éxitos de Gatica y Monna Bell, la de Un telegrama y La montaña. Lo demás es historia -incluyendo su influencia sobre el Nat King Cole de Ansiedad o Quizás, quizás, quizás- y memoria sentimental de varias generaciones: Bésame mucho, Tú me acostumbraste, Historia de un amor, Contigo en la distancia, La barca o El reloj que el lunes marcó su última hora.

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