Lecciones del coronavirus

18 de marzo 2025 - 03:07

Cinco años después del Covid volvimos a ser más o menos los mismos pero con alguna que otra cautela no vaya a ser que se nos acabe la vida. Si de algo sirvió ese reseteo planetario fue para tomar conciencia clara y distinta de lo frágil que es esta existencia en la que estamos de regalo y, en el fondo, sin merecerlo mucho después de ver cómo desfilar los muertos propios o ajenos camino del velatorio de San José, una verdadera lotería en la que día tras día nos toca el premio gordo si aquí seguimos.

Algunos cambios hubo, no todo va a ser parar tres meses con sus prórrogas para volver retomar el insaciable consumismo en el que andamos metidos. Uno de ellos fue la reactivación más que increíble de los libros-libros, los de papel que podemos tocar y oler y mirar para ver cuántas páginas nos quedan hasta terminar la historia que nos atrapa. Parecía que el libro-virtual ganaría pero el virus y su pausa enorme y profunda nos devolvió a la magia primera de poseer y subrayar y absorber todo lo que contenía ese libro que primero deseábamos y luego buscábamos entre los estantes mientras el librero quizás nos preguntaba si encontrábamos lo que queríamos. Todo un mundo que languidecía resucitó con fuerza para quedarse como el bien de primera necesidad que es a pesar del disparate del IVA que lo convierte en lujo.

También hemos vuelto a quedar en persona para vernos. Decae el machaque del WhatsApp y muchos hasta se dan vacaciones de móvil los fines de semana. Fue tal la saturación en aquellos días de virtualidad sin tacto que luego había que exprimir la realidad-real con los amigos, amantes, parientes o conocidos con los que quedar para tardear el sábado hasta la madrugada si aguanta el cuerpo que vivir son dos días, literalmente.

Más cambios quizás no tan perceptibles. Nacen más niños. Las estadísticas devolvieron la tasa de natalidad a valores positivos. Habrá quien haga su análisis sesudo, pero seguro que tiene mucho que ver aquel encierro forzoso con tantos desamores a domicilio saltando por los aires. Y, claro está, el amor que da sentido, aunque sea ya el cuarto o quinto.

Algo quedó claro: hay que vivir como sea. Y así, ya nadie se priva del viaje con tal de palpar la libertad por unos días lejos de la máquina que tritura ilusiones y esperanzas, esas que ahora, años después, atesoramos con mimo cada precioso instante de cada minuto de cada hora de cada irrepetible día.

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