
NOTAS AL MARGEN
David Fernández
El sembrador de dudas
Aestas alturas de mi vida me da pereza seguir haciendo apología de la lectura. Hoy, Día del Libro porque a Cervantes le pareció bien morir en esta fecha, hay sesudos artículos en los periódicos y charlas en colegios –yo tengo ya dos apalabradas– tratando de decir a las personas que es mejor un libro ante los ojos que una pantalla con sus miserias. Estoy hasta el moño de decir en presentaciones de libros y en tertulias, que a mí la lectura me ha hecho mucho bien. Ella, la lectura, nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional. Esto lo dijo Vargas Llosa, que ha muerto hace poco y que ha dejado constancia de que la lectura le ayudó a pasar el penoso desierto del colegio militar al que fue destinado. Yo he dicho en algunos foros que dos libros (El misterio de la cripta embrujadas y El laberinto de las aceitunas) de Eduardo Mendoza me ayudaron a pasar aquellos horribles días en que estuve en un calabozo militar allá por San Clemente de Sansebas, en donde soplaba la tramontana con tal fuerza que los silbidos del aire actuaban como los cantos de sirena en los oídos de Ulises. A falta de cera con la que taparme los pabellones auditivos, la prosa humorista de Mendoza permitía que me aislara del mundo. La lectura parece llevarse por delante todas mis preocupaciones y mis angustias, quedándome únicamente esa sensación de bienestar absoluto. En resumen, me hace mejor persona, más tolerante y más libre. Y eso es lo que quiero señalar. Para mí, una persona que lee me parece más completa que aquella que solo lee las ofertas del Mercadona. Sé de la gran competencia con la que tiene que lidiar la lectura, pero si no leemos lo que estamos haciendo es reducir ese espacio de regocijo y emoción que nos acarrean las historias que nos cuenta, por ejemplo, don Miguel de Cervantes. Así que, una vez más, háganme caso y lean. Hoy día, quien no quiere leer es porque no quiere. O no lo necesita. Juro por mis ancestros que yo sí lo necesito.
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