Lecturas de días contritos

Envío

Distraigo estos días de vacación que no podemos llenar por capricho de la veleidosa meteorología, con lecturas varias y desordenadas que no hacen sino completar la sensación de desconcierto que parece haberse adueñado de esta Semana Santa. Alterno, pues, según se ponen al alcance de la mano, la última gran novela de Juan Manuel de Prada, Cárcel de tinieblas, apasionante y casi onírica descripción de los últimos meses del París ocupado por los nazis, con un Fernando Navales, antihéroe al que resulta imposible detestar, que se gana definitivamente un lugar al sol entre las grandes creaciones de la novela española de todos los tiempos, con Soberanismos, el enjundioso y envidiablemente bien escrito ensayo de Domingo González, discípulo de Dalmacio Negro, sobre esa noción, la soberanía, una de las centrales del pensamiento político europeo clásico, que hoy, con el apogeo del globalismo y las maquinaciones de sus élites, parece haber encontrado una renovada juventud entre las fuerzas políticas que intentan la resistencia. ¿Presenciamos la agonía de un concepto o estamos ante el remedio al desorden contemporáneo, a la lucha colosal, apenas esbozada y ya temible entre imperios de vocación mundialista?

Y aún, entre chubasco y apresurada cofradía en templo ajeno, cabe sumergirse en La olla española de Ignacio Romero de Solís, sabrosísima recopilación de los juicios, ponderados o irritantes pero siempre de amena lectura, vertidos por varios centenares de visitantes extranjeros desde finales del XVII a las primeras décadas del XX, que nos hablan de paisajes, idiosincrasia nacional y, sobre todo, de la cocina española de entonces, tan celebrada como abominada por paladares muy diferentes a los de nuestros abuelos en tiempos en los que ni se soñaba con la uniformidad del gusto que hoy se nos ha impuesto. La última hora, que habríamos sacrificado con gusto en la espera interminable de un paso, se consume en compañía de Carmen Palomo, enorme poeta en Ramas de mirto en la ciudad eterna, quien nos ofrece la herencia siempre viva de Roma, transformando en materia poética –¡y qué poemas!– sutiles conceptos jurídicos en un juego en el que el derecho romano aparece dotado de un significado existencial que nos lo hace vivo y cercano: “Y ahora que lo leímos ya todo/ de cabo a rabo a cabo/ […] ahora que la inercia nos devora/ y que nos aburrimos de /aburrirnos/ ahora, dime/ ¿ahora?

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