La esquina
José Aguilar
Un fiscal bajo sospecha
Los dos hombres buenos, protagonistas de la novela del mismo nombre cuyo autor es el conocido Arturo Pérez Reverte, terminaron por adquirir los veintiocho volúmenes de la Encyclopédie de D’Alembert y Diderot comprándoselos a una viuda que no sabía muy bien qué hacer con los libros de su difunto marido. Esta historia, que leí hace casi una década, ha retornado a mí memoria, repetidamente, tras encontrarme en varias cartas a diarios las tribulaciones de personas que no saben qué hacer con los libros de sus familiares fallecidos. Puedo imaginar el doble desconsuelo.
Suele ser norma editorial que no puede establecerse correspondencia entre los autores de esas cartas al director. ¡Como hubiera querido, yo, contestar a esas misivas! Y escribirles con un viejo bolígrafo BIC sobre un folio, a cuyo trasluz se leyera la marca de agua “Galgo Parchemin”, cuidando de no emborronar, sopesando las palabras más adecuadas y consultando mi gastado Diccionario Sopena de sinónimos, antónimos e ideas afines. Y luego comprar un sobre, un sello y llenar el paladar del acre sabor de la goma que los pegaba. ¿Cuántos años hará que no envió una carta de ese modo? ¿Podrían ser mis últimas cartas de amor allende el Atlántico?
Despertemos, hoy mismo envié mi último e-mail. He de conformarme con teclear, dictadura de los tiempos, en mí HP, esperando que el sistema no pierda algún electrón y tenga que recuperar la copia de seguridad que cada no sé cuantos segundos se va generando. Y a mis espaldas y sobre la pantalla tirana del ordenador hay muchos libros, ya pienso que demasiados. Libros que llevan conmigo tantos años, libros que acumulan el polvo y los colores de la edad, libros que me gusta releer en los veranos, libros que uno por uno pueden ser mi propia biografía.
Aunque cada vez me pienso más en comprar uno más, ¿qué será de él?, me digo, ¿quién te querrá usado?, ¿qué molestia no causarás? Vuelvo siempre a cometer la locura de comprar uno más. El último en una librería de libros de segunda mano, usados: Sostiene Pereira. No puede tener mejor ubicación, justo a la entrada del Arco de Elvira. Allí estaba un libro de una colección de historia que nunca pude completar cuando de estudiante pasaba horas viendo libros en las librerías de la ciudad. No les engaño, lo encontré por internet, pero estaba allí, creo que esperándome. Cosas del hado, su primera edición en castellano coincide con mi mes y año de nacimiento, somos igualmente viejos. Lo cuidaré, ya saben, por aquello de mantenerse sano. Vale
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