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En contra de lo que pudiera parecer, una dictadura no necesita de un liderazgo fuerte. No se trata de convencer, sino de imponerse mediante el miedo y la violencia. España tuvo durante cuarenta años del siglo pasado un dictador con una mínima capacidad de liderazgo. El general Franco era un militar poquita cosa y melifluo al que diversas carambolas colocaron en la jefatura de una guerra civil que ganó y que le sirvió para mantenerse décadas en el poder. Se construyó en torno a él un gigantesco culto a la personalidad, pero eso no es lo mismo que liderazgo, más bien todo lo contrario. El modelo Franco se repite en dictaduras de todos los tiempos y en todos los continentes.
En democracia esas recetas no valen. El liderazgo se construye a base de persuasión para convencer y de acciones que demuestren que no se está arriba por casualidad. La Europa democrática que construyó la sociedad de bienestar tras la Segunda Guerra Mundial se formó en torno a líderes tan sólidos como Konrad Adenauer en Alemania, el general Charles De Gaulle en Francia o Alcide De Gasperi en Italia. Sin el impulso de estas figuras, con el respaldo de Eisenhower o Kennedy en la Casa Blanca, no se explica la construcción de un espacio de paz y progreso que contuvo con eficacia el expansionismo del bloque soviético en la Guerra Fría.
Europa atraviesa ahora una profunda crisis de identidad porque sus liderazgos son, posiblemente, los peores en muchas décadas. Coinciden, además, con una situación geoestratégica nueva en la que el continente no ha sabido jugar sus cartas y se ha visto relegado a una posición secundaria. Emmanuel Macron ha llevado a Francia al caos político y la deriva económica. Es el peor presidente en mucho tiempo. Alemania, desde la salida de Angela Merkel, es un pollo sin cabeza, que ha visto cómo el conflicto de Ucrania ha hecho saltar por los aires un modelo económico con pies de barro. La amenaza de la extrema derecha ya no es un fantasma difuso, sino una realidad presente. El gobierno de la Unión Europea ha caído en la mediocridad con Ursula von der Leyen, Italia está en manos del radicalismo y de Pedro Sánchez y el resto de los mandatarios que están en escena mejor ni hablar.
La consecuencia es que Europa se empequeñece ante nuestros ojos y que la libertad que siempre ha defendido como valor supremo empieza a estar en regresión bajo el empuje de autócratas que no creen en ella como Putin o Xi Jinping. Malos tiempos para Europa y peores todavía cuando Trump mande en Washington.
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