La colmena
Magdalena Trillo
¡Becarios!
El niño del rollo
Por oficio y edad tengo muchas papeletas para que me toque la vacuna de AstraZeneca. Pues bien: cuando me llamen iré, me vacunaré y seguiré haciendo mi vida. Lo haré por mi bien y el de quienes me rodean. Hay quien tiene miedo de esta vacuna porque 30 vacunados, de cinco millones, sufrieron episodios tromboembólicos; pero no está probada la relación causal. Como la incidencia normal de trombos, sin vacunas de por medio, es de cuatro casos por millón de adultos, es muy probable que la mayoría de aquellos trombos tenga otras causas. Además, aunque hubiera relación causal, el riesgo de vacunarse seguiría siendo muy bajo, menor que muchos riesgos que asumimos rutinariamente.
Lo anterior es fácil de entender. Millones de españoles hemos aprendido cosas más difíciles en el instituto: hemos resuelto ecuaciones, hemos traducido a Virgilio. Mis abuelos, que no estudiaron, encadenaban razonamientos muy complejos para arrancarles cosechas a los bancales de la Alpujarra. Nuestras abuelas desplegaron alardes ingentes de ingenio para alimentar extensas proles con hinojos y garbanzos. Sin embargo, alguna gente no se fía de las explicaciones de los políticos sobre los asumibles riesgos de las vacunas. ¿Se habrá vuelto tonta la gente? ¿Sería mejor ocultarles la información? ¿Sería mejor prescindir de la democracia? Esos políticos recogen lo que siembran: si Javier Arenas se quita de encima la acusación de haber cobrado sobres de Bárcenas con el "argumento" de que hay muchos javieres en España; si hay políticos que pueden pedir a la vez que nos quedemos en casa y que hagamos turismo; si nos han tomado tantas veces por estúpidos, es normal que la gente desconfíe de lo que dicen. El problema no son las capacidades de la gente, ni sus conocimientos científicos, ni la democracia: el problema es el esfuerzo interesado por hacer indistinguibles los buenos argumentos de los malos y las verdades de las mentiras.
Habrán notado que esta semana no uso como título el nombre de una calle ni me meto con el alcalde. Es más urgente animar a vacunarse y está difícil encontrar una calle que invite a hacerlo, pues Granada no ha dedicado ninguna a Louis Pasteur. Sí tenemos calles con nombres de militares franquistas, como García Morato. Podríamos poner a una de ellas el nombre del inventor de las vacunas, pero no creo que Nuestro Salvador haga el cambio. ¿Ven?, ya estoy hablando de calles y del alcalde: a ver si la vacuna me cura estas manías.
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