Llosa o el vicio de vivir

Aveces sientes la muerte de personas lejanas pero que han sido referentes vitales. Es el caso de la muerte de Mario Vargas Llosa. El mundo cambia marcando un final y el comienzo de algo.

No viví así la partida de García Márquez. Siempre me pareció un gran periodista metido a escritor, con todo lo bueno que eso implica.

Distinto es el caso de Mario Vargas Llosa, último exponente de esa raza de escritores totales que acaban convirtiendo su sangre en tinta y nos dan todo de sí para que entendamos el mundo mejor, con algo de criterio y sin las muchas deformidades que nos impone la cosa pública.

Necesarios intelectuales más comprometidos con la verdad que con los poderes, contrapeso de interesados discursos de la manipulación que a derecha e izquierda te quieren regalar los oídos, seres incómodos, antipáticos, soberbios que viven en un parnaso desde el que pontíficar sin las presiones de los mortales. Mario Vargas Llosa, ese espíritu de la contradicción odiado hasta que sacaba nuevo libro, era un perfecto exponente, no sólo en su obra sino también en su vida, de el vicio de vivir tan mortal como el vicio de escribir que le arrasaba.

Porque amaba tanto la libertad que quiso vivirla más allá de los dos grandes dogmas que imponen de un lado la moral burguesa y de otro la moral colectivista-buenista, grandes bozales que a tantos les impide ladrar salvo si es para despotricar del que les manden.

Así, vivió como quiso saltándose las normas de los bien pensantes ya fuera para casarse con su tía primero y luego con su prima, para darle un buen puñetazo en público a su amigo/luego enemigo García Márquez o para meterse en la cama con la gran cortesana de Porcelanosa sin un pestañeo casi.

Transgesor hasta la médula, al final el mundo se le rindió aún odiándole y algunos le rendíamos la pleitesía que se merecía desde su primer libro, ese que leímos de adolescentes para ya no dejar nunca de leerle con admiración, tomando notas.

Se van perdiendo escritores así, rebeldes a lo Camus anti todo lo que significara mordaza. Cualquier mordaza. Porque la libertad es eso, estar siempre alerta para ver quién te quiere callar por su conveniencia.

Buscar la coherencia interna por encima de la adaptación a los modos y modas es una proeza reservada para unos pocos Hércules de la vida. Mario fue uno de ellos. Marqués, novel, académico, español y peruano, rozando siempre el incesto con sus amores o volviendo con su paciente señora para morir en familia, despidiéndose con señorío y conciencia y marchándose para dejar un sitio enorme que a ver quién es capaz ahora de ocupar con tanta honestidad y solvencia.

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