Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Dónde están mis cuatro euros?
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Es un síntoma muy esperanzador, en estas complicadas horas de España, el ya indudable éxito de la exposición sobre los Machado –no sólo sobre Manuel y Antonio, sobre toda una familia que fue un verdadero clan– inaugurada en Sevilla el pasado lunes con la asistencia de Felipe VI.
La exposición, logradísima tanto en sus aspectos puramente formales como en los contenidos, es el resultado de un extraordinario trabajo de equipo que quizá no se ha ponderado suficientemente. Cómo no destacar el papel de su comisario, Alfonso Guerra, que ha volcado todo su prestigio personal, y como conocedor del tema, para hacer de la exposición y de los actos programados algo verdaderamente memorable, pero quizá no se ha resaltado lo suficiente la labor de Eva Díaz Pérez, infatigable en las múltiples tareas –en la parte expositiva y en el exquisito catálogo–, de las que ha sido responsable como auténtica segunda comisaria de la muestra. Ambos han podido llevar adelante ese trabajo por su condición de académicos de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, institución responsable, junto con la Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, de la preparación a todos los niveles de la que ya puede considerarse exposición del año en Sevilla, y que más tarde podrá contemplarse en Burgos y en Madrid.
¿Por qué precisamente en Burgos? Pocos saben que en la Burgense se conserva un gran legado machadiano, sobre todo de documentos familiares y personales de los dos poetas, fruto de la donación que en su día le hiciera José María Zugazaga, el que fuera ayudante y secretario de Manuel durante sus años burgaleses y hasta su muerte en 1947. El director de esa Academia, René Jesús Payo, tuvo la primera idea de exponer en Sevilla, solar de los Machado, ese fondo, hasta ahora prácticamente desconocido. Y fue la arquitecta sevillano/burgalesa Lola Robador quien impulsó el contacto a las dos Academias con esa finalidad. El encuentro en Sevilla de René Payo con Pablo Gutiérrez-Alviz, director de Buenas Letras, reveló el potencial de esa exposición si al fondo burgalés se unía el depositado en la Fundación Unicaja, en Sevilla. Ambas Academias, de la mano y finalmente hermanadas, han hecho posible, con el apoyo económico de Unicaja, una experiencia que, entre otras cosas, debe servir para reivindicar el papel que han cumplido y cumplen las Academias, el que podrían cumplir con más frecuencia si se les ofrecieran los medios necesarios.
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