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Está en la conciencia y en el habla de los granadinos achicar la grandilocuencia de las palabras, amputarle la ampulosidad si acaso la tiene. Me refiero a nombrar con diminutivos muchas palabras, se lo merezcan o no. Lorca decía que Granada, y en general toda Andalucía, amaba el diminutivo, pero que los diminutivos de la ciudad de la Alhambra no eran iguales que los de Málaga o Sevilla, por ejemplo. Decía Lorca que mientras estas dos ciudades “tienen sed de aventura que se escapan al mar, Granada, quieta y fina, ceñida por sus sierras y definitivamente anclada, busca a sí misma su horizonte, se recrea en sus pequeñas joyas y ofrece en su lenguaje su diminutivo soso, sin ritmo y casi sin gracia, si se compara con el baile fonético de Málaga y Sevilla, pero cordial, doméstico y entrañable”. El mismo Lorca llena de diminutivos los diálogos en sus obras de teatro. De los tres sufijos diminutivos (ico, ito e illo, con su femenino correspondiente) que más se utilizan en Andalucía, Granada siente predilección por el ‘illo’. En Granada una porción pequeña de tiempo es una mijilla y una porción aún menor de tiempo es una mijitilla. Y aún menor una mijititilla. Cuando más ‘pes’ se le pone a la palabra, menos tiempo es.
Pues bien, dicho todo esto, una de las palabras con diminutivos que más utilizamos los granadinos es el mandaíllo. Cuando vas a salir a la calle y no quieres dar muchas explicaciones de adónde vas, solo tienes que decir: “Voy a hacer un mandaíllo”. Lo utilizan muchos los maridos (o las esposas) que van a darse un lingotazo antes de comer, los funcionarios que se escaquean, los que van a resolver cualquier asuntillo o, simplemente, los que quieren descansar un rato de determinada rutina. Es una palabra que sirve de comodín para los no quieres que alguien se entere de lo que va a hacer en los próximos minutos. Con el diminutivo se le resta importancia al recado o la encomienda que vas a realizar. Se dice para que no se preocupe demasiado la persona que oye la expresión, aunque a veces hay que preocuparse. Y aquí viene el caso de Ramón Tortajada, un industrial granadino que estaba casado con la famosa vedette llamada La Tortajada. Ramón le dijo un día a su esposa que iba a hacer un mandaíllo y se escapó con la cocinera.
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