El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
Sentado. Allí. Siempre al final. Da igual donde. El último. Donde los pensamientos adormecen y nada es igual. Donde la realidad se confunde con desatino y corroe la duda de saber si estás despierto o aún permaneces en el sueño. Sentado. Donde la vida encaja a trozos. Donde apenas uno recuerda días que ofrecían ilusión y sonrisas. Días que ahora enredan el tran tran del silencio y la quietud, de la monotonía y el aburrimiento. Sin nada que ofrecer. Sin nada que aportar más allá de horas que pasan. Sólo horas que pasan.
Sentado. Donde pasó julio y agosto desde que una Tarasca les dijo adiós y despidió el curso. Sol, nubes, cielo, una mañana, una tarde y una noche que durante dos meses se hizo eterna. Habrá días en que la rutina supere a la rutina, en que apenas queden fuerzas para ir a la frutería, en que apenas unos pasos permitan caminar con la fuerza que hoy abandona. Si ese día llegara, no olvides decirle hola cuando lo veas por la calle con su bolsa de fruta. Apenas le quedarán arrestos para reconocerte. Pero le gustará que alguien le diga hola. Le hará ilusión. Y si le coges de la mano, quizá recuerde un no sé qué y le hagas sonreír.
Sentado. Sin saber dónde mirar, si terminaron las vacaciones, si algún día el tiempo los devolverá, si correrán a tu alrededor, si esa mano que los condujo con sus amigos del alma volverá a palpar eterna juventud y máxima admiración. A pesar de tus arrugas, sigues siendo su abuelo, su mayor, el que le dio caprichos, el que estaba media hora antes en la puerta esperando que alguien saliera desde el fondo para darle un beso. Un beso. El día tuvo sentido por ese beso gratuito y sin miramientos. Siempre lo tendrá.
“Hola, papá, ¿cómo te viene llevar a los niños al cole? Mañana entran a las nueve y necesito que me los recojas…” La vida es buena cuando corre, cuando se esparce entre las calles. La familia cabe en la palma de una mano cuando cerramos la puerta y no miramos ni sentimos lo que sucede a nuestro alrededor. Pero la familia es nuestro mundo cuando hay un motivo para acogerla con fuerza, para llenarla de esperanza, para luchar por mantenerla y sentirnos útiles. La mejor virtud del ser humano. Sentirse útil.
Nuestros mayores. Vuelven al cole.
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