La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Este mendicante del que voy a hablar no tiene cartel lastimoso a su lado que diga que “el banco me ha echado de mi casa” o “estoy parado. Tengo tres hijos. Por favor, ayúdame”. Tampoco tiene un vaso de plástico esperando las limosnas de los transeúntes. Tampoco utiliza perro que reclame la caridad de los amantes de los animales. Este verano conocí a un mendigo que se apostaba todas las mañanas en las puertas de un supermercado y que tenía un mastín precioso que no se apartaba de su lado. La gente terminó dándole al menesteroso más comida para el animal que para él. Pero este mendigo del que hablo ahora es uno que duerme todas las noches en el Arco de las Pesas. En esa construcción de estilo almorávides en la que se ponían las pesas decomisadas por defectuosas el indigente se resguarda del frío, la lluvia o el relente de la noche. Lleva varias semanas. Cuando paso camino del desayuno en el Aixa (sobre las ocho de la mañana) siempre lo pillo durmiendo. Emplea para taparse un saco de dormir mugriento y como colchón utiliza unos simples cartones. Me duele el cuerpo nada más verlo. Y siempre me da por pensar en las posibles circunstancias que han hecho que aquel pobre hombre se encuentre en esa situación. ¿Tendrá familia? ¿Será uno de los que el capitalismo ha arruinado? ¿Por qué prefiere dormir a la intemperie antes de ir a una casa de transeúntes donde tienen cama y comida asegurada? Recuerdo que un día muy frío de un mes de enero fui a hacerle una entrevista al encargado de una de estas asociaciones benéficas dedicadas a dar refugio a los indigentes. Lo primero que le pregunté es por qué había gente durmiendo en la calle cuando, según él, había camas libres en esos refugios. Me dijo que había personas que no querían ser controladas o que preferían la libertad que le da la calle a cumplir las normas de una institución como aquella. Y que por eso no iban a dormir allí. El caso es que yo, particularmente, aún no sé cómo actuar con los pobres. Tampoco con este mendigo del Arco de las Pesas. Un día le compré una barra de pan y un cartón de leche y se lo puse al lado. Pero otro me inquietó verlo de esa manera y le recriminé mentalmente que utilizara como hotel aquella interesante muestra patrimonial y estropeara la imagen turística de Granada. Las putas contradicciones que llevo a rajatabla.
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