La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
En octubre de 1918, 500 soldados estadounidenses afrontaban una situación crítica: adentrándose en el bosque de Argonne, al norte de Francia, habían quedado atrapados tras las líneas alemanas. La artillería estadounidense, que intentaba cubrirlos, les disparaba por error. El oficial al mando, el mayor Charles Whittlesey, necesitaba avisar al cuartel general de su situación real para que cesaran los ataques. Pero, ¿cómo? La radio no funcionaba y enviar a un hombre era condenarlo a una muerte casi segura. Como último recurso Whittlesey utilizó a Cher Ami, una paloma mensajera. En un pedazo de papel, el mayor escribió: “Estamos junto a la carretera paralela 276.4. Nuestra propia artillería está lanzando un bombardeo directo sobre nosotros. ¡Por Dios, deténganla!”. Cher Ami voló en medio del intenso fuego alemán. Un proyectil que mató a 5 hombres debajo de ella, hirió también a la paloma. Una esquirla penetró en su pecho y la pata derecha se le quedó colgando del tendón. Pero logró llegar, tras 45 minutos de vuelo, a su destino. Después de leer la angustiosa súplica, la artillería dejó de dispararle al batallón perdido. Cuando el Ejército los rescató, de los 500 soldados, quedaban con vida solo 194. Concluye el ensayista Yuval Noah Harari, del que he tomado esta historia, en su último libro, Nexus: una breve historia de los medios de información desde la Edad de Piedra hasta la IA (2024) que la paloma no tenía ni idea de qué información trasportaba pero los símbolos escritos en el pedazo de papel ayudaron a salvar a cientos de hombres de la muerte o del campo de prisioneros. Los soportes extraordinarios de la escritura –bronce, plomo, piedra– nunca conocieron si sus mensajes eran venturosos o nefastos. Tampoco las tablillas de cera, el papiro, el pergamino o el papel, soportes materiales de la escritura durante milenios, tuvieron forma de saber, como la paloma Cher Ami, qué información se les había confiado. Los artilugios que Israel ha hecho explotar en el Líbano, matando indiscriminadamente a civiles inocentes y a militantes de Hezbolá, son solo, en este caso, mensajeros inimputables de muerte y destrucción. Los que los programaron, como el Dios de Israel, siguen creyéndose señores de la vida y de la muerte. Y, como nadie hace nada para pararlos, seguirán matando. Eternamente enojados.
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