El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Superioridad femenina
En el final de esta primavera, ya próxima al verano, es un placer pasear por alguno de los enclaves rurales de nuestra provincia. Por la proximidad con mi segunda residencia, me encanta caminar por la carretera entre Víznar y Alfacar; un paraje muy concurrido por caminantes, con escasa circulación de vehículos. Gran parte del camino discurre cercano a la histórica acequia de Aynadamar, importante arteria fluvial que, en tiempos del Reino Nazarita, abastecía de agua a los palacios de la Alhambra. Desde “Fuente grande” donde el agua brota del suelo, formando “burbujas” que ascienden hacia la superficie, la acequia discurre paralela a la carretera, formando un pequeño y ruidoso salto de agua con un ligero remanso en las ruinas de “La Colonia”, antiguo molino de trigo, área de recreo veraniego, y triste lugar de cautiverio en la guerra civil. Pasamos por el barranco de Víznar, fatídico enclave donde fueron fusilados cientos de granadinos, en el verano de 1936, lugar donde reina un siniestro y luctuoso silencio; el del peso de una historia de odio y venganza, que aún hoy nos avergüenza. Llegando a Víznar, a menudo me dirijo a “Puerto Lobo” por una carretera que empieza a empinarse, para acabar desembocando en un frondoso bosque de pino real. Allí, junto a un amplio mirador que domina el pueblo y sus alrededores, nos encontramos una tarde a Manuel. Educadamente se dirigió hacia nosotros, comentando algún detalle del grandioso paisaje que se abría ante nuestros ojos. Nuestra conexión con él fue instantánea y rápidamente nos puso al día de su procedencia y filiación. 91 años recién cumplidos, pero con una agilidad física y mental, poco comunes para su edad. Cuando comprobó que seguíamos su conversación, su semblante se iluminó con fulgor inusitado. Fue albañil y nos enumeró pormenorizadamente la ingente cantidad de obras que había llevado a cabo a lo largo de su trayectoria profesional. Pero Manuel también nos habló de su vida en el pueblo, de su rutina diaria y sus desgracias. Su rostro se torna triste cuando nos habla de un hijo de 12 años que murió tras una penosa y larga enfermedad. No puede evitar que broten algunas lágrimas de sus ojos. Han pasado 50 años, pero lo sigue echando de menos. Continuamos el camino y Manuel se despide de nosotros con una expresión de gratitud que es pura emoción. Me ha hecho bien esta charla, nos dice con su mirada.
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