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Abogada, jurista y célebre diputada en Cortes, pero también genuina mujer de letras, Clara Campoamor fue mucho más que la impulsora del sufragio femenino en este país de nuestros pecados, que durante décadas silenció su estatuto de gran pionera de la emancipación sin que la lucidez y la ecuanimidad que demostró en sus hasta hace poco desconocidas memorias de los inicios de la Guerra Civil –La revolución española vista por una republicana, publicadas al poco de su temprano exilio de un Madrid de pesadilla– ayudaran a que fuera reivindicada por los políticos y los intelectuales sectarios. Gracias a los sellos Renacimiento y Espuela de Plata, que tanto están haciendo por recuperar el legado de toda una generación de mujeres cuyas aspiraciones se vieron truncadas con la instauración de la dictadura, disponemos hoy de reediciones de sus obras principales, ensayos y artículos en los que Campoamor volcó su militancia feminista, liberal e inequívocamente democrática, o abordó la vida y obra de autores admirados como Concepción Arenal o sor Juana Inés de la Cruz –hermosísimo su retrato de la jerónima, cumbre del Barroco novohispano– a los que esperamos se sume pronto el libro que dedicó a Quevedo. Entre tanto, leemos por primera vez su deliciosa versión de las Fábulas de Esopo –que probablemente volcó desde el francés, lengua que la traductora del Diario íntimo de Amiel, también disponible en Espuela de Plata, o La novela de una momia de Gautier, conocía perfectamente– y celebramos el talento de Campoamor aplicado a la divulgación, bien visible en un prólogo que su moderno editor, Abelardo Linares, califica con razón de prodigioso. Es en efecto ejemplar el claro recorrido, excelentemente informado, que ofrece desde los orígenes orientales del género, con un lenguaje natural y nada infatuado, tan aleccionador como lleno de encanto. De origen tracio o frigio, es decir semibárbaro o minorasiático, el inmortal fabulista vivió en la Grecia arcaica e introdujo en la cultura helénica esa forma de narración, no ajena a otros ámbitos, que combina la presencia de los animales personificados –y sus virtudes o defectos proverbiales– con útiles consejas, vestigios de una antigua forma de vida en la que la relación de los humanos con los seres irracionales era más estrecha y cotidiana. Ya sabemos que el didactismo, tan del gusto de los ilustrados, suele ser problemático cuando se trata de disfrutar sin más de la literatura, pero en las “prosas habladas” de Esopo –así lo afirma Campoamor, para explicar su atractivo imperecedero– el propósito moral es inseparable de la poesía.
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