Érase una vez
Agustín Martínez
Presupuestos?‘destroyer’ para Granada
El sábado fue el día internacional contra la violencia de género. Era un buen momento para recordar que este año han muerto 52 mujeres en España asesinadas por sus parejas o exparejas. Es el fenómeno de violencia más grave de los que existen en nuestra sociedad. No es sólo, obviamente, un problema español. De hecho, los datos son peores en otros países, seguramente porque aquí llevamos más tiempo trabajando contra esta lacra. Por referirnos sólo a la Unión Europa, en Italia han muerto más del doble de mujeres y en el conjunto de la Unión ni siquiera se contabilizan los datos, lo que hace temer lo peor.
Hay que recordarlo todos los días, y no sólo el 25N: esta violencia es consecuencia del machismo enraizado en la sociedad y, por tanto, hay que enfrentarse a la causa. El “se acabó” de las futbolistas españolas ha sido un importante paso. La inmensa mayoría de las mujeres han puesto pie en pared contra el machismo, aunque esto pueda conllevar nuevos atisbos de violencia. Sin embargo, la situación es distinta en el otro cincuenta por ciento de la población. En los varones heterosexuales se está extendiendo el negacionismo de la violencia machista. Siempre ha existido. Sin embargo, una idea que debería generar repulsión y estaba social y políticamente arrinconada ha encontrado su referencia política. Un partido político ha construido un discurso negacionista de la violencia machista y, lógicamente, los machistas se agarran a él. Además, ya no es un partido residual sino que gobierna en cinco Comunidades Autónomas y en cientos de ayuntamientos, con lo que esto conlleva para la difusión de su ideario. Por ello, los negacionistas ya no se esconden sino que ejercen de tales. Las consecuencias son graves pues negacionista puede ser el funcionario de un centro de acogida, el abogado de oficio que atiende a una mujer víctima de violencia o el concejal que debe gestionar en su municipio las ayudas del Pacto de Estado contra la Violencia de Género.
En consecuencia, hay que ajustar la estrategia a esta nueva realidad. Así, las políticas de concienciación deben dirigirse de forma más decidida a los hombres, pues en nosotros radica actualmente el problema; debe fiscalizarse de forma más estricta el destino de las ayudas que llegan a Comunidades Autónomas y municipios en cuanto pueden estar siendo gestionadas por negacionistas y, finalmente, debemos conseguir la inclusión de las políticas contra la violencia machista en la agenda europea para que puedan implementarse políticas desde Europa, al margen de la disputa interna.
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