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En las últimas semanas hemos asistido atónitos a un último intento de “machacar” nuevamente a la profesión médica, legislando con un estatuto marco, que no reconoce la particularidad de la figura del médico, pieza esencial del sistema sanitario, tanto público como privado. He escuchado voces de solidaridad, porque la mayoría de la población no conocía cual era la realidad de los médicos en este país. La perplejidad ante la situación de precariedad laboral, bajos salarios, obligatoriedad de las horas de guardia (hasta 48 horas semanales) pagadas sin plus de nocturnidad, festivos, sin cotizarlas etc., ha sido la sensación que más me han manifestado a través de las redes sociales. Pero también he recogido opiniones de otras personas (sindicalistas incluidos) que tachan las reivindicaciones de la profesión como de “caprichosas”, esgrimiendo que lo que pretendemos es hacer una “casta” aparte del resto del personal sanitario. Es posible que algunos lo vean así, pero creo que existen varios elementos diferenciales del médico/a, que deben de ser tenidos en cuenta a la hora de reglamentar su relación laboral con el sistema sanitario. No veo un enraizamiento de la profesión con el poder político, social y económico, aunque los médicos detentamos conocimiento y habilidades expertas, carisma y sobre todo vocación. Esta última ha servido siempre de acicate para abusar y convertir la profesión en un esclavismo, en el que todo lo aceptamos con resignación. Desde el punto y hora en que un médico, tras 12 años de formación, tiene la capacidad de curar, certificar la salud o la ausencia de esta, el nacimiento o el fin de la existencia de una vida, paliar el sufrimiento; así como detentar, en exclusividad la dirección del proceso diagnóstico y terapéutico, estamos ante una profesión con su propia idiosincrasia. Además, en el contexto actual, los galenos, tendremos que hacer un gran esfuerzo, para compensar el déficit de profesionales, a base de un sacrifico que nos obligará a trabajar más horas y con mayor presión asistencial, mientras las sociedades científicas, colegios profesionales, organizaciones sindicales y demás familia siguen lamentándose en la oscuridad, sin ser capaces de despertar ese afán de reivindicar unos derechos inalienables. No sé qué es más grave: si la ausencia de alternativas que pongan en cuestión a la supuesta “casta”, o la falta de movilización de sus miembros sin futuro, ante una situación cada vez más infame. No somos una casta, sí una profesión singular del ámbito sanitario.
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