
La ciudad y los días
Carlos Colón
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La reciente presentación en la Feria del Libro de Granada de la obra de María Dolores Moreno y José Manuel Vigueras, La medicina de Al Ándalus, me descubrió un universo fascinante en el que, durante siglos, nuestra tierra fue el epicentro mundial del saber. Mi estancia profesional en Córdoba durante cinco años me enseñó que esa ciudad y por ende el califato que encabezaba fue el referente político, económico, militar, científico y cultural en el mundo de su época.
Valga todo lo anterior para permitirme reflexionar sobre lo imperdonable que resulta que por razones absolutamente incomprensibles, este país haya renunciado a enseñarnos y hacernos sentir orgullosos de la etapa más brillante de nuestra historia.
Es verdaderamente paradójico que presumamos de la Alhambra, la Mezquita o la Giralda, pero ignoremos olímpicamente a los califas omeyas o a los reyes nazaríes que ordenaron construirlas. Es escandalosamente absurdo que nos sepamos las listas de los reyes godos, los austrias o los borbones, y seamos incapaces de citar a media docena de califas o sultanes omeyas y nazaríes. Es de juzgado de guardia que estudiemos el Beato de Liébana pero no sepamos quiénes fueron Averroes, Avicena, Maimónides, o Ibn al Jatib. Vale que el franquismo, tan proclive él a los caminos imperiales, intentara borrar cualquier atisbo de nuestra historia musulmana, pero no tiene un pase que medio siglo después de la muerte del dictador, nuestra democracia haya sido incapaz de recuperar y poner en valor ¡ocho siglos! de nuestra historia.
El profesor y escritor cordobés, Antonio Manuel, se preguntaba en una entrevista publicada el martes en El País: “¿Qué te pueden amputar para dejar de ser tú? Lo único es la memoria. Y esto le pasa a los pueblos”.
Por más que los herederos de Torquemada se empeñen, los ochocientos años de Al-Ándalus, no son ocho siglos de “invasión”, sino posiblemente el periodo más brillante de nuestra historia y en el que mayor relevancia mundial tuvo nuestra tierra. Ignorar ese brillante periodo, además de una aberración histórica y una ignominia humana, aboca a nuestros niños a una pobreza intelectual e intercultural, muy similar a la que nuestra generación y la de nuestros padres han sufrido, porque Al-Ándalus forma parte de nuestra identidad y si no la conocemos, jamás nos amaremos, pero nunca es tarde para reparar semejante despropósito.
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