Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Hubo un tiempo en el que los progres se empeñaron en demostrar que las procesiones eran más paganas que cristianas. Que los cofrades, teóricamente monoteístas, eran realmente politeístas, adoradores de un sin fin de ídolos: los titulares de sus cofradías. Que habían arrebatado al Vaticano sus ritos y sus imágenes, como el cristianismo hizo en su día con ciertos mitos y ritos paganos. Y que, olvidándose de que su Semana de Pasión conmemora la tortura y muerte de un hombre, se hartaban de ensaladilla rusa, de gambas y abusaban de disfraces y máscaras. Y a su vez, los conservadores también se han empeñado en que los progres, defensores de los insolventes, vivan como los sin techo. Que se laven poco, que no coman migas ni habas con jamón y que renuncien a los langostinos y a los bolsos de Bimba y Lola. Los progres exigen a los sedicentes cristianos fidelidad a los dogmas de Trento y los conservadores exigen que los progres hagan voto de pobreza. A mí, por el contrario, cada vez me cuesta más señalarle a nadie lo que ha de hacer. Me he quedado sin proyecto de vida para mí y para los otros. Que cada uno agote sus días, que siempre serán escasos, como le venga en gana. Si es posible, sin molestarme mucho. Procesionen, invadan las calles, úntenlas de cera, resbalen, disfrácense, embriáguense e, incluso, tiren de fentanilo, si les place. Que yo también tengo mis hobbies, mis ritos y mi cofradía. El viernes pasado, que iba yo a la entrega de un premio a un poeta granadino, me topé con una ristra de niños y niñas a los que unos padres caprichosos habían disfrazado de penitentes y costaleros o ataviado con mantillas. Pese a mi actual actitud tolerante y súper comprensiva con todo tipo de concentraciones humanas –si son pacíficas–, experimenté un cierto rechazo. Pero un niño cofrade con el capuchón rojo, rodeado de niños con capuchones morados, me reconcilió con los sapiens. “¿En qué familia no hay una oveja roja?”, me dije. Y ya, pensando que el mundo, como obra maestra de Dios, está bien hecho, soporté estoicamente durante dos horas de Pasión poética, las ‘analíticas’ y exégesis dedicadas a Antonio Carvajal, autor de Tigres en el Jardín y uno de los poetas más trabajadores e inspirados del panorama literario español. De mi quinta y, para mayor gozo, de mi cofradía: la de don Luis de Góngora.
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