Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
El mundo de ayer
El sol es media rodaja de sanguina detrás de un telón denso de nubes oscuras que cubren el cielo al este. Desde mi salón amanece, y entre las pestañas pegadas veo que a mi izquierda otras nubes, más definidas y sueltas, están iluminadas por el sol, otro sol, amarillo y libre, que no veo. Recuerdo la sensación que tenía cuando enfermaba y me perdía un día de clase: al volver todos compartían algo que se me negaba. Esas nubes están contemplando algo que no veo, y son bellas, y reciben su belleza de su contemplación. Son como esos santos que encuentra Dante al final de su viaje, sentados en la Cándida Rosa.
Me maravilla estar vivo. Mi asombro es honesto, porque incluyo en él mi dolor y mi pena. Me maravilla estar vivo y ser este contenedor de todo lo que existe. Mi piel y mis huesos, mi cabeza, que tantas alegrías me da y me quita. Yo soy un recipiente o una máscara que adopta el rostro del día, y el día es un mensajero que trae siempre algo nuevo, aunque su ropa sea siempre la misma.
¿Todo esto me lo ha provocado mirar el cielo? Debe de haber algo más, algo dentro de mí que me empuja a celebrar estos encuentros. En mí hay una escalera que asciende a lo sublime. En mí hay un sello secreto dejado por algo hace mucho, antes de que el tiempo y el espacio existieran.
El mundo tal vez resulte absurdo para otros seres de otros mundos, pero para nosotros es un milagro, el producto increíble de un universo cada vez más vasto, de un tiempo casi eterno, de una compleja y casi imposible concatenación de fenómenos físico-químicos. Escuché hace poco a Neil deGrasse Tyson, el heredero de Carl Sagan, explicar su admiración por el agua. Cuando la temperatura llega a valores negativos, el agua de un lago no se congela de golpe o por capas. Si así fuera, el agua de la superficie, congelada y más densa, bajaría al fondo. La superficie se iría congelando y se iría hundiendo hasta que todo fuera hielo. Pero no ocurre eso. Se forma una capa de hielo que se queda ahí y mantiene la temperatura del agua que cubre. Y los peces sobreviven.
Así funciona la vida de la que somos parte. Es así, y tal vez en el resto del universo no es así. Y pese a todo, pese a saber que si fuéramos de otra forma admiraríamos otro mundo y llamaríamos vida a otra vida, hay una palabra mágica que es un hechizo y un engaño, pero que al ser pronunciada me inunda el pecho de una luz buena: para. El hielo mantiene la temperatura del lago para que los peces sobrevivan. Las nubes y el sol me esperaban, y brillaron con fuerza para mí.
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