Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
La ceremonia de inauguración de los JJ.OO. fue, a un tiempo, tediosa y estimulante. Descifrar los referentes de la performance, como nos enseñó a el padre del ensayo, el francés Montaigne, es muy reconfortante. El personaje que porta la antorcha, surgido de las profundidades de la ciudad, rodeado de calaveras, amortajado, para mí, no es, solo, como he leído, un personaje de un video juego, es Caronte, el barquero del inframundo de la mitología griega. Con la ayuda de internet, puedes saber muy bien qué elementos integraron el potpurrí global que nos ofrecieron los franceses. Pero, aparte de eso, sentí envidia, lo confieso, de los saltos, contorsiones y piruetas de los protagonistas de la función a las orillas del Sena. Parece que las saturnales gais han contaminado al orbe y, globalizadas, se asemejan entre sí. Visibilizarse significa ahora meter ruido, vaciar Chanel, ejercitarse en el funambulismo de los tacones y exagerar las señales de género. Es una opción, no sé si tan eficaz como informar de la homosexualidad propia antes de ganar cátedras, opositar a notarías, alcanzar el generalato, meter goles, viajar a Marte, parar una guerra o encontrar la piedra filosofal. Disfruté oyendo la interpretación de La marsellesa ?(“¡A las armas, ciudadanos!¡Marchemos!¡Que la sucia sangre enemiga inunde nuestros surcos!”), maridada a la perfección por el presidente del Comité Organizador, con un discurso poliamoroso global, porque es más fácil amar lo lejano que pasarle al próximo unos huevos para que cuaje una tortilla. Charmantes las blasfemias de la Última Cena. A Pasolini, el comunista que consideraba el verdadero cristianismo un aliado contra el poder, le molestaba la derrota de lo sagrado a manos del capitalismo consumista. Lo denunció a propósito de este anuncio de blue jean: “No tendrás más vaqueros que yo” (1973). La ceremonia supuso la claudicación absoluta de la Gran Cultura francesa a manos del capitalismo de mercado neoliberal. Todos somos iguales, al comprar. La verdad ya no existe (tampoco en religión). Todo son relatos de conveniencia. Lo mismo es un meme que un cuidado sermón. El mercado, se vio en la ceremonia, le ha cortado la cabeza a María Antonieta, con la guillotina del consumo y ahora ella, mártir, como Santa Gadea, la de los pechos en la bandeja, va con la cabecita en el regazo.
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