
Los nuevos tiempos
César De Requesens
Nieve iluminada
EN el corazón de un parque, donde el aire huele a tierra húmeda, un anciano se sienta en un banco de madera. Manos temblorosas y curtidas por el tiempo, que sostienen un bastón como simbólico apoyo en momentos de quietud y añoranza. Un cielo gris y nublado. Un lienzo melancólico. Como su alma, como su tristeza profunda, como una pena que a día de hoy no tiene fin.
Su mirada se pierde en las copas de los árboles, en un horizonte donde recuerdos y realidad se entrelazan. Un corazón que siempre amó al compás de su historia, llora ahora en silencio. Su confidente, su amiga, la mujer que caminó a su lado durante más de seis décadas… y ahora qué hago. Y ahora qué hago.
A pesar de la gente a su alrededor, de los niños jugando y de los pájaros en las ramas, él sólo sabe de su dolor. Un laberinto de emociones sin un mapa que marque el regreso. Los recuerdos inundan, como una marea que sube sin cesar. Cada recuerdo una ola, cada una más dolorosa que la anterior. Risas compartidas, bromas susurradas al oído, noches de verano, abrazos cálidos, besos robados. La pertenencia que sólo ella podía brindarle.
A pesar de su dolor, intenta no dejarse vencer por la desesperación. La vida es un ciclo. Siempre dijo que después de la lluvia dale el sol. Pero esta vez no lo encuentra. Busca el sol, pero no lo encuentra. De regreso a casa, teme abrir la puerta y no encontrarla. Una noche más. Un día más. A quién importa. La soledad no compartida, es difícil de borrar.
Abre la puerta de su casa y todo sigue como lo dejó. El aire pesado, cargado de un silencio que duele, un silencio antes compañía, pero ahora recordatorio constante de soledad. Cada objeto, cada mueble, cada rincón de la casa intacto, como si el tiempo se hubiera detenido cuando se fue. Sus zapatos en la entrada, su chal en el respaldo de la silla, su aroma aún en el aire. El silencio es así. Encuentra la manera de condenar a lo que nunca quiso uno. Se filtra por las puertas, se cuela por ventanas cerradas, se adueña de cada espacio, resonando en oídos y corazón. El silencio grita su ausencia, reprocha su partida, le recuerda que está solo.
Suena el teléfono. El sonido rompe la quietud de la casa. “Hola, abuelo. No dejes puesta la llave que esta noche voy a dormir contigo. ¿Terminaremos de ver Vacaciones en Roma?”. Su nieto. Inocencia. Cariño. Un bálsamo para las almas heridas. La promesa de su compañía, la alegría de ver media película, le recordó que había razones para sonreír. Que la vida, a pesar de todo, podía ofrecer momentos de felicidad. Y si no, de compañía. Sólo compañía.
La guerra nunca fue como uno la cuenta, sino como es. Contra la soledad, contra el dolor, contra el olvido. Una guerra silenciosa y cruel se libra en el interior, No hay vencedores ni vencidos. No los habrá. Sólo supervivientes. Ya es mucho.
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