Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Pariota es un término muy agresivo, poco integrador. Ser patriota supone estar en guerra con patriotas de otro bando. Los revolucionarios franceses, y después Napoleón, lo utilizaron –¡A las armas ciudadanos!– para reclutar el ejército patriótico de masas en sus guerras contra las monarquías absolutistas. Las guerras de los estados absolutistas de la época prerrevolucionaria las realizaban pequeños ejércitos de mercenarios. Su práctica bélica tendía a aislar a los ejércitos lo más posible de la población. Para Federico II de Prusia, la población civil no debía de enterarse de la guerra. (Después venían el botín y los saqueos de la soldadesca, claro). “La tranquilidad es el primer deber ciudadano” de los combatientes, predicaban los absolutistas. Ucrania y Gaza son una muestra terrible de que la guerra se hace ahora, sobre todo, contra civiles indefensos. Los que no estamos en guerra nada más que contra la estupidez impúdica de algunos, y, desde luego, antes de nada, en lucha permanente contra nuestra propia estupidez –que es la que más puede perjudicarnos–, cada vez que oímos a alguien utilizar la palabra ‘patriota’ (y, cada vez más, ‘ciudadano’) corremos al refugio más cercano, convencidos de que, más pronto que tarde, nos lloverán chuzos de punta, lanzados desde sofisticados drones. Una de las estupideces que uno comete con frecuencia consiste en exhibir una delicada sensibilidad para detectar las contradicciones ajenas y ser condescendiente, sino ciego, con las propias. Un suponer: si oyes a un expendedor del título de ‘patriota’ (sean Puigdemont, Abascal, Feijóo o el PSOE, izando la bandera constitucional con la boca grande y el banderín republicano, con la boca chica), notas que, con frecuencia, se les escapa un ‘todos’ (todos los españoles, todos los catalanes, todos los madrileños) que está en clara contradicción con el exclusivo y excluyente título de ‘patriota’ que ellos conceden. Estos patriotas de conveniencia, a poco que se les deja, suelen inmatricularse la patria entera, como ha hecho la iglesia, gracias a Aznar, con propiedades públicas. Suyas son las medallas olímpicas, los títulos futbolísticos, los descubrimientos científicos y los avances sociales. Como si ellos fueran corredores, tenistas, futbolistas, sindicalistas o científicos. Inmatriculación indebida.
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