Notas al margen
David Fernández
El problema del PSOE-A no es el candidato, es el discurso
Mirada alrededor
Era absurdo que la oposición esperase –sobre todo Feijóo– que Sánchez, fuese cual fuera el resultado de las elecciones europeas, decidiera convocar elecciones. Ni siquiera, aunque en vez de cuatro puntos, hubiese logrado el PP el doble o más de distancia con el PSOE, don Pedro, cuyo único principio es mantenerse en el poder, a cualquier precio –incluido el del ridículo, con la campaña con su esposa–, no iba a convocar unas elecciones para perderlas. Tampoco Yolanda Díaz, pese al estrepitoso fracaso de Sumar, iba a privarse de la suculenta nómina de vicepresidenta. Ningún político lo haría y menos para quien el poder es base de su existencia. Sólo hay una persona en la política española que puede hacerlo: Carles Puigdemont, culminando el que vengo definiendo como grotesco esperpento por el cual el prófugo de Waterloo –hoy amnistía– o por una ley redactada por el delincuente- se convierta en quien decida el futuro de la España que odia.
Con los apoyos actuales en el Parlamento y dispuesto a aceptar los chantajes que les exijan, se siente seguro y podrá no ya imponer leyes de interés general, sino aquellas que garanticen sus criterios personales. Entre ellas las que pueden afectar a la independencia del poder judicial –base de un Estado de Derecho– y hasta a la libertad de prensa, con la amenaza de una ley de censura copiada del franquismo.
Los peligros de una deriva autocrática de un político con ese único objetivo de mantenerse en el poder, aunque haya que pisotear principios fundamentales en una democracia, pueden definir el resto de una legislatura que si bien es terriblemente débil por depender de tantos intereses diversos y, en muchos casos perversos, como son los del independentismo, espero no se llegue a los límites de volver a un autoritarismo sin otro control visible que el parlamentario. Un Parlamento que vota exclusivamente por intereses de los partidos –capaces de aprobar leyes que negaron, como ha ocurrido con la de Amnistía– y no por los intereses generales de los ciudadanos y ni siquiera por la convicción personal de cada parlamentario, capaces de comulgar con ruedas de molino y hasta de caer en éxtasis histéricos, como son frecuentes en la vicepresidenta Montero cuando habla su jefe, dios o ‘puto amo’, como lo llama el ministro Óscar Puente.
En fin, los resultados de las europeas son ya pasado –el mapa del país se ha tornado azul-, lo importante, y a lo que habrá que estar atentos, es a lo que suceda en lo que quede de legislatura.
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