Periodismo necesario

03 de diciembre 2024 - 03:07

Un nuevo virus, el de la desinformación salvaje, se ha implantado entre la población. Las consecuencias de esta nueva pandemia se dibujan imprevisibles. Y, al mismo tiempo, los únicos facultativos que están preparados para combatirlo, los periodistas, adolecen en muchos casos de contratos precarios, son falsos autónomos o padecen jornadas casi esclavistas muy por encima de lo que marca su contrato. Además, su consideración social en España es pésima. Desolador panorama.

Los cierres de medios son el pan de cada día. Y hay hasta quien se alegra.

El nuevo siglo trajo una oleada de simpatía hacia el periodismo ciudadano espoleado con el progreso de Internet y su inmediatez. Se pensó que donde había un móvil teníamos un canal informativo. Transmitir los hechos tal cual sucedían sin interpretación ni filtro alguno se creyó, ingenuamente, que era algo fiable. Espontaneidad, rapidez, verismo y ausencia de contextualización pasaron a ser los valores buscados frente a la reflexión o el contraste de los datos. “Deme usted los datos, la verdad, que yo ya los interpreto como yo vea”, venía a ser la consigna. La información gratis y para todos. Pero el paraíso se transformó en pesadilla.

Pasadas las décadas desde el 11-S se ha demostrado que era todo un lujo impagable el hecho de tener a unas personas con alta en seguridad social que acuden al lugar de los hechos y recaban varios testimonios, se van a una redacción donde tienen compañeros con los que cotejar lo aportado y luego, con todo ello, elaboran una pieza buscando decir lo que, según todo lo recogido, es veraz. Periodismo al fin y al cabo.

Todo ese proceso que daba fiabilidad desapareció conforme en las redacciones quedaron como mucho tres o cuatro periodistas de los 20 que hubo. Esos tres o cuatro que quedan están más pendientes de si les llega el magro sueldo para pagar la luz o la pensión a los niños del segundo divorcio. De resultas, lo de ir a ver qué pasó in situ al lugar de los hechos se mira por internet y listo. El corta pega sustituyó al tecleteo. No les da la vida para otra cosa.

El bulo siempre estuvo ahí, como el rumor o el deseo de desinformar y manipular. Pero ya no hay casi nadie para defender esa trinchera y el enemigo, la desinformación, campa a sus anchas.

El cuarto poder, aquel que servía de contrapeso a los gobiernos y los intereses económicos, está en vías de ser desmantelado. Dentro de poco hasta se verá a antiguos periodistas poniendo la mano en la puerta de las iglesias o los supermercados. Y ni se les dará limosna. Porque ni se valoró ni se valora que sin ellos, con sus defectos, estamos en manos de los poderes que, ya se ve, solo saben de hacer negocio más y mejor si estamos desinformados.

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