Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Era solo cuestión de tiempo que la angustia, la desesperanza y la sensación de cárcel económica reventara, por ahora en Barcelona, en forma de manifestación de inquilinos en rebeldía frente a los ‘pisotenientes’, esa nueva casta de rentistas que han encontrado en la especulación inmobiliaria el nuevo refugio seguro para rentabilizar sus capitales mucho más allá de la ganancia del plazo fijo o los bonos al uso.
La ausencia de Estado en este terreno es lacerante hasta para las derechas, neoliberales de suyo pero ya con la conciencia clara de que al menos como árbitro del tráfico económico y delimitador del marco de reglas en el que movernos sí que es necesario. Y, claro, con una ministra en la parra con su legislación a salto de mata y mal informada pues la cosa va con los fondos buitre y los grandes tenedores frotándose las manos con rentabilidades del cuatrocientos por cien y desahucios masivos que está desertificando de vecinos los centros de Madrid, Barcelona y hasta de Granada o Torrelodones.
Sí. También los territorios clásicos de la clase trabajadora sufren ya reformas urgentes de pisos comprados en tiempo récord y sacados al alquiler por cifras disparatadas. Y si no al Airbnb, ese coladero de piratas del turismo malo que ‘hacen billetes’ sin pagar un euro en impuestos.
Los manifestantes llamaban a la rebelión y a la objeción en el pago de alquileres, duplicado a veces sin más explicación que “esto es lo que hay”.
Los ‘pisotenientes’ son tan prepotentes como sus predecesores, los terratenientes. Desde que la tierra se paga a un euro el metro cuadrado (sic) el capital voló a otros bienes raíces. Así, el señorito aquel hijo de los marqueses de Los Santos inocentes sería hoy retratado en su despachito de la inmobiliaria de papá, igual de gandul claro.
Cuando lo moral y lo económico se disocian surgen estos especuladores de a pie que se expresan como los mafiosos de El padrino con la frase de “son sólo negocios, nada personal”. Si de esos ‘negocios’ salen familias enteras a la calle; si los jóvenes desesperados ya ni sueñan con tener casa propia; si, en fin, los desahucios por impago de gente vulnerable colapsan los juzgados ellos se aplican el ‘ande yo caliente’ mientras que la legión de inquilinos trague o macere incluso el suicidio y además se sienta hasta culpable.
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