El portal del niño Lamine

15 de julio 2024 - 03:09

En la antigüedad, los héroes estaban hechos de hexámetros, de desmesura y sangre. Tan cincelados quedaban en verso, que su poderosa sombra aún nos alcanza. Durante siglos, los héroes se construyeron a imagen y semejanza de Agamenón, de Héctor o de Aquiles. En nuestros días, nos acaba de nacer un niño, Lamine Yamal, un mesías negro, un salvador. “El joven con la esperanza de un país a sus espaldas”, según un rapsoda entusiasmado. “Venite adoremus!”: ¡venid y adorémosle! La vida es tan jodida que no podemos sobrellevarla sin dioses, sin ídolos, sin historias maravillosas, sin deslumbrantes metáforas, sin promesas de felicidad. Espejismos solo, platillos volantes de la esperanza, dispuestos a transportarnos a un más allá dichoso. Lo que se oye estos días sobre Lamine es exagerado, hagiográfico. Solo he podido encontrar una mención a su naturaleza humana y adolescente en la crónica de un periodista deportivo que hablaba de que Yamal no descuida, como cualquier chiquillo de su edad, ese flequillo proyectado hacia el futuro que los muchachos no dejan de peinarse con los dedos. Lo demás, todo es milagro y maravilla. No ha nacido en Belén, ni en un pesebre, pero su portal se encuentra en un barrio humilde al que el futbolista reivindica siempre que marca un gol, componiendo con sus dedos su código postal. De él salió, como el Mesías, para hacernos participes de la buena nueva: España es la tierra elegida por los dioses para lograr las más encumbradas hazañas deportivas. Como Moisés, sus padres consiguieron huir del hambre, la necesidad y la opresión, alcanzando la tierra prometida en Cataluña. Alguien ha explicado que, como Arturo, el de la Tabla Redonda, Lamine posee fuerza suficiente para extraer la espada Excalibur –esa afilada daga con la que derrota a los contrarios– de la pesada roca del fracaso, de la que no pudieron arrancarla miles de chicos emigrantes de su edad que lo intentaron. Su búsqueda del gol se ha convertido en la legendaria búsqueda del Santo Grial, la copa que inviste de superpoderes al que la encuentra. Con ella, la victoria es cosa de niños. Mahoma, Buda, Jesucristo, necesitaron miles de años para conseguir una legión de fieles. Lamine, solo seis partidos para recibir millones de likes. ¿Se acordará alguien de este niño prodigio dentro de dos mil años?

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