En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
Está claro que a partir de los sesenta y setenta perdemos memoria por un tubo. Un día llevas unas zapatillas en la mano para ponerlas en un sitio y te paseas con ellas por toda la casa sin depositarlas en algún sitio. Otro día buscas el móvil con la vista y resulta que lo tienes en la oreja porque estás hablando con él. ¿Y cuándo buscas las gafas y las tienes puestas? ¿Y cuándo vas a la habitación con un libro en la mano y un vaso en la otra y al llegar solo llevas el libro porque el vaso de agua lo has dejado en el trayecto y no sabes dónde? Son detalles que demuestran que ya empiezas a sentir que los objetos huyen de ti cuando los buscas. Yo siempre he pensado que hay duendes que me esconden las cosas, que me dejan el frigorífico abierto, que me encienden la luz cuando creo que la he apagado, que me sirven un zumo de naranja cuando quería una cerveza, que me hacen bajar al sótano para algo y que me hacen olvidar para qué he bajado…
Pero de todos los descuidos de la memoria hay uno que es definitivo para saber que has llegado a viejo: cuando a menudo te dejas la bragueta abierta. Recuerdo la máxima de Pedro El Mortajas cuando yo era adolescente y vimos a un anciano salir del cuarto de baño. Llevaba la portañuela de par en par y se le veían los calzoncillos blancos:
–Niño, cuando a un hombre se le olvida abrocharse la bragueta, es que tiene ya tó el pescao vendío.
El otro día me pasó por segunda vez en una semana. Entré al retrete de una taberna y salí con la puerta abierta de la gruta que hay justo debajo del cinturón del pantalón. He llegado consolarme pensando que es un lapsus inocuo, que eso es cosa del subconsciente que te está diciendo que ya no tienes nada que esconder, que todo lo que ha sido ya no es. Pero no, es cosa de que has perdido neuronas de la memoria. Lo dice Paul Auster en su último y definitivo libro. Comentaba que ver a un anciano con la bragueta abierta al principio le hacía gracia, pero luego le daba mucha tristeza porque “la bragueta abierta es el principio del fin, el primer paso en el camino de la cuesta abajo hasta el fondo del mundo”. Joder. Qué bien dicho.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
¿Qué eh lo que eh?
La suerte se busca cueste lo que cueste
El río de la vida
Andrés Cárdenas
La portañuela abierta
Confabulario
Manuel Gregorio González
E logio de la complejidad