El profesor de Ética y el perro

Aquel hombre leía a Proust y le encantaban las sonatas de Bach. Se había jubilado de la Universidad y ahora ocupaba gran parte de su tiempo en atender a su nieto, un niño rubio y con los ojos azules al que recogía todos los días del colegio. Este hombre, que había sido profesor de Ética y había escrito varios libros sobre la materia, se había perdido la infancia de sus hijos debido a sus ocupaciones laborales y ahora se redimía pasando todo el tiempo posible con su nieto, que le había abierto las ganas de vivir. Una tarde que el abuelo llevaba al niño de la mano, un perro con malas pulgas y de grandes dimensiones, comenzó a ladrar delante de ellos con ojos desorbitados y enseñando los dientes. El perro iba atado a una correa, pero tenía tanta fuerza que arrastraba a su dueño, un alfeñique de persona que se las veía y se las deseaba para mantener a raya al animal. El niño se asustó mucho y el profesor le dio una patada al chucho porque temía que pudiera morder a su nieto. Fue por puro instinto y en defensa propia, le dijo al juez, pues el dueño del perro le había denunciado por maltrato animal y había llegado a celebrarse un juicio. No había testigos que pudieran haber visto la fiereza del cánido y que corroboraran que su patada tampoco había sido para tanto. Tampoco le sirvió de nada el que hubiera perdido perdón al dueño del perro. Éste, un patán con ínfulas de sabiondo, le pedía daños y perjuicios porque, según dijo en la vista oral, había tenido que llevar varias veces a su perro a un veterinario. Dijo que la agresión había provocado ciertos problemas de salud a su mascota. Al profesor le parecía todo aquello una locura. Además, la patada no había sido tan fuerte, solo intimidatoria, pero el dueño del perro estaba decidido a hacerle pagar por aquello. Y lo consiguió porque el profesor fue condenado a pagar una multa y todas las facturas que habían ocasionado las visitas al veterinario. No se lo podía creer. Estuvo algún tiempo dándole vueltas a la cabeza porque no entendía esta sociedad que atendía más a los derechos de un animal que al de una persona. Hasta que un día vio a un hombre que llevaba atado a una correa un perro muy parecido al del incidente de marras. Al pasar por su lado comprobó que era el juez que lo había condenado.

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