Óscar Barroso

A propósito de la Ley Trans

Ágora

Ahora entendemos por qué Butler, adalid intelectual del movimiento queer, renunció a ser catalogada como feminista

10 de julio 2021 - 01:47

La polémica generada por la aprobación de la Ley Trans por parte del Gobierno ha implicado, más allá del burdo rechazo de los reaccionarios de siempre, un acalorado debate entre el movimiento queer y el feminismo, reflejado en el enfrentamiento entre las ministras Irene Montero y Carmen Calvo: la segunda denunciando el supuesto borrado de las mujeres; la primera defendiendo principios justos, pero con el riesgo de convertir en ley una sofisticada y más que discutible teoría, nacida en el seno del propio feminismo y que sostiene que no sólo el género sino también el sexo es una construcción social. Como resultado final, el feminismo enfrentado al movimiento LGBTIQ+. Ahora muchos entendemos por qué Judith Butler, adalid intelectual del movimiento queer, renunció hace años a que se le catalogara como feminista.

Respecto de esta intelectual estadounidense, siempre he pensado que en su teoría había mucho de sutileza e ingenio, pero también de exageración que distorsiona la realidad. Y la realidad es que la diferencia sexual es un hecho biológico; aunque también es un hecho biológico (más obvio cuanto más avanza la biología) que hay individuos que no permiten una adscripción sexual definitiva.

Estos son los datos de partida con los que hay que analizar la polémica en torno a la Ley Trans. Aún si contáramos con criterios determinantes para decidir en los casos ambiguos, sería deseable tener en cuenta el deseo de los individuos; pero es que tales criterios no existen y, por lo tanto, sólo la elección puede ser el elemento determinante. Por otro lado, dado que estamos ante una minoría, es necesario que haya políticas e iniciativas socioculturales que ayuden a sensibilizar a la sociedad de su existencia (en este sentido, ha sido una buena idea la supresión de la distinción de género en el premio de interpretación del Festival de Cine de San Sebastián). Pero normalizar la indeterminación no es lo mismo que convertirla en norma. He aquí el escollo que nuestros decisores políticos no deben dejar de vigilar a la hora de responder a las reivindicaciones queer: facilitar la libre definición de la sexualidad a aquellas personas que lo deseen, no puede conducirnos al extremo de negar la diferencia de sexos y las políticas eficaces que cuentan con ella. Este debería ser el lugar de encuentro entre los movimientos queer y feminista.

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