Envío
Rafael Sánchez Saus
Maestro de maestros
El lanzador de cuchillos
Como en el poema de Luis Alberto de Cuenca, tras una larga espera ha acabado volviendo la primavera. En pleno otoño. Y con la vuelta a la vida también ha regresado MauerFest, la fiesta de la palabra en libertad, que nació como FOMAG hace ya una década, con la intención de promover el pensamiento crítico y el diálogo inteligente. El primer invitado de esta nueva etapa ¿postcovid? del prestigioso foro granadino ha sido el humorista Juan Carlos Ortega, con quien tuve el placer de conversar largamente ante un nutrido número de espectadores.Ortega es un cómico genial con fama de raro y solitario. Hasta su voz de locutor formal resulta algo incongruente con su aspecto juvenil. Él se defiende con la boca pequeña, argumentando que todos tenemos nuestras cosicas, pero en el fondo se siente orgulloso de su condición de niño grande y un poco excéntrico. Intuyo que, cuando se mira al espejo, sigue viendo a aquel chiquillo de 11 años que registraba voces en cintas Basf de noventa. El mocoso que quería ser Luis del Olmo, la pasión hertziana de su madre, pero se dio cuenta enseguida de que estaba especialmente dotado para el humor. E inventó -aunque él lo niegue- todo un estilo: la parodia radiofónica. Tan aparentemente seria que algunos de sus gags circulan por los grupos de whatsapp tenidos por intervenciones abracadabrantes de oyentes de programas convencionales. El catalán, que tiene un oído fabuloso para el habla de la calle, ha poblado su universo radiofónico de hombres y mujeres -en esta ocasión es procedente el desdoblamiento- mayores, con cierto deje almeriense o manchego, trasunto de los parientes y vecinos del barrio charnego en que creció. Señoras de las que, viéndolas en la cola del mercado de Calella, uno jamás sospecharía que serían capaces de llamar a la radio para felicitar a su marido en el día del padre y, de paso, confesarle en directo que ninguno de los ocho hijos que, supuestamente, tienen en común son suyos, sino fruto del adulterio. "Un adulterio guarro y disfrutao". Los oyentes ficticios de Ortega son personas corrientes que, de repente, dicen cosas insólitas o terribles. Improbables, pero no imposibles. La receta de Gila para hacer reír.
Casi al final de la charla, le pregunté si hacer chistes sobre un niño que muere al caer a un pozo es humor negro o cosa de hijos de puta. Contestó que nadie tiene derecho a burlarse de otro en nombre del humor. Que esa es para él una norma sagrada. No yerra Elvira Lindo cuando afirma que Juan Carlos Ortega es una gema en el país del exabrupto.
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