La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Nunca he militado en un partido de la izquierda. Circunstancia que no he considerado nunca que pudiese constituir alguna forma de pecado civil. Cuando decidí afiliarme a alguna organización de carácter político, lo fue –siendo muy joven– a la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez al que, por cierto, tuve el honor de conocer y por el que sentí una enorme admiración, que aún conservo. Sin embargo, antes de eso y cursando los primeros años universitarios, en la entonces bisoña facultad cordobesa de Filosofía y Letras, sí tuve oportunidad de contribuir, comprometidamente, a la difusión y defensa de las convicciones democráticas, entre los que fueron mis compañeros que, en un momento dado y sin haberlo pretendido, me colocaron como su delegado en el claustro de la Sección de Filología y por ello, defensor de nuestros ideales universitarios y afanes de libertad, encomienda que desempeñé encantado y que me permitió, en aquellos cruciales y convulsos años; que verían al general Franco agonizar; participar en una enriquecedora serie de circunstancias y adquirir muy diversos conocimientos personales que marcaron, para siempre, mi carácter y mis ideales, entre los que destacaban, los ya aprendidos desde casa de propiciar siempre la verdad, en el mejor sentido paulino y no cejar en la lucha por las libertades.
Nunca hubiera podido –en aquel tiempo, ni tampoco luego– ni siquiera vislumbrar pensamiento alguno, en el sentido de que llegaría a convivir, dentro de mi país y bajo un gobierno por él presidido, a un dirigente del socialismo español, posterior al Congreso de Suresnes, que pudiera parecer enemigo pagado para llevar a cabo la demolición del sistema democrático alcanzado tras la aprobación de la Constitución de la Nación Española de 1978. Y lo peor, que, además, habría podido conocer, igualmente, a toda una generación de correligionarios suyos que llegarían a apoyarlo, ciega e insensatamente, en ese trabajo de regresar en la historia social común de los españoles, hacia la incertidumbre de los inquietantes caminos de las restricciones de los derechos y las libertades individuales.
Medio siglo después de aquellas correrías, delante de enfurecidos guardias. Cincuenta años luego de que los periodistas aprendimos a escribir en las líneas y no entre las líneas, quedando muy lejos ya los encausamientos judiciales –aquello sí era persecución real y verdadera– contra nuestra libertad para informar, hablar, escribir, opinar. Esas libertades patrimonio de todos…
Si Sánchez así prosigue y sus cegados correligionarios se lo siguen permitiendo y jaleando, podríamos vernos, como me ha advertido un buen amigo, de noche, en un cuarto obscuro y recluidos en nuestro silencio, buscando otra vez el dial, casi desde el más allá, para escuchar a alguna locutora de aquella Radio España Independiente ¿O no?
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