Radio España Independiente

24 de julio 2024 - 03:07

Nunca he militado en un partido de la izquierda. Circunstancia que no he considerado nunca que pudiese constituir alguna forma de pecado civil. Cuando decidí afiliarme a alguna organización de carácter político, lo fue –siendo muy joven– a la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez al que, por cierto, tuve el honor de conocer y por el que sentí una enorme admiración, que aún conservo. Sin embargo, antes de eso y cursando los primeros años universitarios, en la entonces bisoña facultad cordobesa de Filosofía y Letras, sí tuve oportunidad de contribuir, comprometidamente, a la difusión y defensa de las convicciones democráticas, entre los que fueron mis compañeros que, en un momento dado y sin haberlo pretendido, me colocaron como su delegado en el claustro de la Sección de Filología y por ello, defensor de nuestros ideales universitarios y afanes de libertad, encomienda que desempeñé encantado y que me permitió, en aquellos cruciales y convulsos años; que verían al general Franco agonizar; participar en una enriquecedora serie de circunstancias y adquirir muy diversos conocimientos personales que marcaron, para siempre, mi carácter y mis ideales, entre los que destacaban, los ya aprendidos desde casa de propiciar siempre la verdad, en el mejor sentido paulino y no cejar en la lucha por las libertades.

Nunca hubiera podido –en aquel tiempo, ni tampoco luego– ni siquiera vislumbrar pensamiento alguno, en el sentido de que llegaría a convivir, dentro de mi país y bajo un gobierno por él presidido, a un dirigente del socialismo español, posterior al Congreso de Suresnes, que pudiera parecer enemigo pagado para llevar a cabo la demolición del sistema democrático alcanzado tras la aprobación de la Constitución de la Nación Española de 1978. Y lo peor, que, además, habría podido conocer, igualmente, a toda una generación de correligionarios suyos que llegarían a apoyarlo, ciega e insensatamente, en ese trabajo de regresar en la historia social común de los españoles, hacia la incertidumbre de los inquietantes caminos de las restricciones de los derechos y las libertades individuales.

Medio siglo después de aquellas correrías, delante de enfurecidos guardias. Cincuenta años luego de que los periodistas aprendimos a escribir en las líneas y no entre las líneas, quedando muy lejos ya los encausamientos judiciales –aquello sí era persecución real y verdadera– contra nuestra libertad para informar, hablar, escribir, opinar. Esas libertades patrimonio de todos…

Si Sánchez así prosigue y sus cegados correligionarios se lo siguen permitiendo y jaleando, podríamos vernos, como me ha advertido un buen amigo, de noche, en un cuarto obscuro y recluidos en nuestro silencio, buscando otra vez el dial, casi desde el más allá, para escuchar a alguna locutora de aquella Radio España Independiente ¿O no?

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