Bloguero de arrabal
Pablo Alcázar
Ponga un rey en su DANA
Crónicas levantiscas
Para quienes nacimos cuando la guerra de Vietnam aún coleaba y en las misas se cantaban versiones de Bob Dylan al amparo del Concilio Vaticano II, todos estos eran unos carcas. Raphael, el primero de una larga lista donde estaban todas las folclóricas, encabezadas por Lola Flores, la que Cruzcampo y la Junta han resignificado como icono andaluz para sorpresa de quienes en vida nunca la consideramos como tal. Si en los años setenta y ochenta se hubiese confeccionado el listado de quienes entonces representaban a Andalucía, Lola Flores no habría aparecido. Sí Carlos Cano y Martirio, que sacaron a la copla del rincón injusto donde la habían mandado aquellos decenios convulsos.
Creo que ha sido el movimiento gay, tan valiente como loco, el que ha transmutado a Lola Flores en icono de la modernidad, aunque a muchos se nos siga representando en la misma escenografía de las muñequitas de Marín y del torito negro de los televisores. Por cierto, que en la hemeroteca del Times de Nueva York no se ha encontrado esa crítica elogiosa en la que se aconsejaba no perderse a la Flores, a pesar de que ni tocaba ni cantaba ni bailaba.
Raphael es otra cosa, no necesita resignificación. Le debo a un documental un primer quiebro en mi opinión sobre el cantante de Linares. Esa asombrosa profesionalidad que le llevaba a permanecer callado en su casa 24 horas antes de un concierto, mudo, célibe de cuerdas vocales, merecían por lo menos un respeto. Como el artesano de la madera, el impresor de los buenos libros o el relojero minucioso, Raphael guardaba silencio para explotar ante el público en un intercambio virtuoso de ego y aplausos.
Hay otro documental sobre su gira por la Unión Soviética que es un trozo del alma del siglo XX. España ni siquiera había restablecido relaciones diplomáticas con las URSS, pero a Raphael lo habían convertido en objeto de deseo de decenas de clubes de fans en una emulación oriental de los Beatles que debía parecer aceptable a las autoridades comunistas.
Después vi un vídeo donde Mariano Rajoy bailaba Mi gran noche en una fiesta de Fin de Año que hubiese resultado de lo más ridículo si Rajoy no fuese más Rajoy que Mariano. Genio y figura. Hasta entonces nunca me había fijado en esa canción.
Y hace tres veranos fui a ver al mismísmo Raphael una noche en el festival de Sancti Petri. Una, dos y tres horas sin descanso, sin discursos, sin teloneros, sin ausencias y sin aburrirme. A sus pies. El linfoma no podrá con este señor de Linares, de 81 años, hijo de ferrallero y casado con una nieta de Romanones. No se lo pierdan.
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