En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Se me ocurre que a todas las pantallas y artefactos electrónicos lleven impreso en un costado un lema parecido al que va en las cajetillas de tabaco: “Las redes sociales matan”. Y si no que se le pregunten a mi amigo Tomás Hernández, el poeta, que alguien lo había dado por muerto en el Facebook cuando en realidad, como dice la canción, estaba tomando cañas. La confusión ha sido la comidilla de los amigos estos días. Resulta que Tomás escribió un obituario sobre Luis Felipe Olmedo, un amigo de La Herradura que falleció hace unos días. Lo publicó en un periódico digital de la Costa de Granada. El obituario lo encabezaba una foto del autor, que miraba hacia el cielo. Como hay gente que no sabe ?leer o que no sabe interpretar lo que está viendo, un lector con el adjetivo de pésimo, creyó que el que se había muerto era el poeta. Y ni corto ni perezoso se apresuró a publicarlo en el Facebook. Y ahí me tienes a una legión de personas (Tomás es muy conocido en Almuñécar –donde fue profesor– y en La Herradura, que es donde vive) dando el pésame a la familia y escribiendo comentarios sobre él. “Descanse en paz el magnífico profesor”. “Era una persona atenta, amable y amigo de sus amigos”. “Me embarga el dolor por la muerte de ese gran poeta”. Y cosas así por el estilo. Tomás, que tiene el suficiente sentido del humor como para tomárselo a chufla, ha podido cumplir ese sueño de muchas personas a las que les gustarían saber qué es lo que se dice sobre ellas después de haber muerto. Tomás pudo comprobar que la gente sentía pena por su fallecimiento, y que era muy querido, según todos los comentarios laudatorios que la citada red contenía sobre su persona. Luego tuvo que explicar a medio pueblo que seguía vivo, que no se había muerto, que todo había sido un error en las putas redes. En fin, todo eso. El caso de Tomás me ha recordado esa anécdota sobre un grupo de amigos que está velando a un colega muerto. Uno de ellos pregunta a los demás que les gustaría oír sobre sus respectivas personas en un velatorio en el que ellos fueran los que estuvieran de cuerpo presente. “Pues a mí me gustaría que oír que era una buena persona”, dijo uno. “A mí me gustaría oír que había sido un buen padre y un buen marido”, dijo otro. Hasta que llegó uno y dijo: “A mí me gustaría oír… ¡Cuchi! ¡Se mueve!”
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