Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Nunca llegó el andalucismo político a encontrar en Granada un acomodo intelectual ni popular con cierta naturalidad ni apetencia, salvo en muy muy contadas y raras excepciones. Es más, el invento político, histórico y cultural del malagueño Blas Infante; hoy pomposamente declarado Padre de la Patria Andaluza; en esta parte de la actual autonómica y administrativa Andalucía y que antes, todo lo más, estuvo reconocida geográfica y culturalmente como el Reino de Granada, nunca ha sido opción de preeminencia o especial preferencia ni atención en el electorado. Lo que se ha llegado a denominar como andalucismo histórico no contó, en ningún momento y en estas provincias más orientales, con seguidores de gran significación social, ni con tradición literaria, ni ideológica de bulto y peso, ni de presencia en las aulas universitarias, ni en los centros culturales de ambición y sólo anecdótica en las instituciones que, además, fue malversada en un intercambio -inaceptable e imperdonable- por la alcaldía de Sevilla en acción clara de desprecio.
Aquí, la idea de lo andaluz siempre ha venido a quedar bastante lejos, como igualmente ha sucedido -hasta ahora poco- con los sucesivos gobiernos del actual sistema autonómico, casi eternamente ocupados por el signo socialista que, a fuer de tanto tiempo, llegó casi a mutar, en cuanto a estilos y comportamientos, en lo que otrora fue el caciquil sistema. Recuérdese, si no, el paso reciente de varias decenas de gobernantes de altura -del PSOE- por el banquillo de los acusados, saliendo luego, cada uno, con su correspondiente -y vergonzosa- condena judicial bajo del brazo.
No habría, tampoco, que perder de vista que la defensa de los intereses de esta sufrida tierra ha venido estando en manos de nadie o de muy pocos. Cuando el Estado de las Autonomías se implantaba, a raíz de su promulgación en la vigente Constitución Española de 1978, no se oyeron voces, en estas geografías sur orientales de la península, en defensa de la identidad del Reino de Granada que, ¡oh paradoja!, cierra aún con su emblema en el ultimo cuartel del escudo de España.
Granada está en la historia, en los archivos, en la memoria remota. Pero en el presente, en el actual Estado de las Autonomías, la creación ficticia de lo que se reconoce con el nombre de Andalucía no ha supuesto para Granada -ni para algunas otras provincias orientales- sino una progresiva pérdida de peso político, prestigio, poder, significación, liderazgo y -si apuramos- hasta de calidad de vida, comparada, de sus habitantes. Quizá por eso muchos arrecian en la pregunta: Y del Reino de Granada, ¿qué?. ¿O no?
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