Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
En tránsito
No saluda. No mira a nadie. Sólo suelta maullidos. Tiene una cañería rota en la garganta. Ni siquiera ha sacado la armónica. No ha cantado ni un solo clásico. Es un cadáver momificado. ¿Cómo se atreve a cantar con esos gruñidos de murciélago?”. Cosas así se han dicho de los últimos conciertos de Bob Dylan, de gira por España en estos días (hoy y mañana actúa en Sevilla y el martes tocará en Granada). Bueno, sí, desde hace muchos años Dylan canta con maullidos de gato y con gruñidos de murciélago, vale, pero ¿qué querían? Tiene 82 años y se ha destrozado la voz cantando durante 60 años en estadios y en clubs de mala muerte, fumando sin parar y sin cuidarse nada. ¿Cómo va a tener la voz? Y sobre la simpatía de Dylan, cualquiera que haya seguido su carrera sabe que le importa un pimiento caer bien a la gente. Hace poco, le preguntaron qué tal era Dylan a un músico que tocó la batería durante siete años en su banda, y el tipo contestó: “No lo sé: en esos siete años no me ha dirigido ni una sola vez la palabra”. Como ven, es evidente que Dylan no tendría mucho éxito en la televisión, y si se presentara de candidato a alcalde de su pueblo, no lo votarían ni los miembros de su club local de fans. Pero en cambio, como locutor radiofónico es extraordinario (aparte de que posee unos conocimientos inagotables acerca de música popular norteamericana). Si alguien se molesta en escuchar sus programas de radio de Theme Time Radio Hour–están en YouTube–, verá que es uno de los mejores comunicadores que existen. En uno de los programas, hasta se le oye recitar La tierra baldía de Eliot. Y esa voz cavernosa y desafinada y oscura –esa voz de murciélago, esa voz de gato desafinado– es la única voz que puede hacer hablar a la tierra muerta de Eliot.
El último disco de Dylan, Shadow Kingdom (El reino de las sombras), es una reinterpretación –otra más– de muchos de sus clásicos. Hace una década reinterpretó a Sinatra y desde hace unos veinte años se reinterpreta a sí mismo en cada nuevo concierto. A veces la cosa funciona, a veces el resultado es un desastre y otras veces se tiene la suerte de asistir a un prodigio (una aurora boreal, una noche de dos lunas, cosas así). En esta gira no toca ninguno de sus clásicos, pero cuando cante Mother of Muses (crucemos los dedos) podremos comprobar por qué Dylan es el músico más grande de nuestra época.
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