En tránsito
Eduardo Jordá
Linternas de calabaza
Tengo un amigo que ya no come callos. Antes le gustaba mucho pararse conmigo después de una caminata y tomarse una cerveza con callos. Les gustaba los del Albergue y los de la Castañeda. A mí también. Yo creo que ese era el motivo principal que nos impulsaba a salir andar: estar cansados y que nuestro cuerpo degustara una cerveza con una tapita de callos. Pero mi amigo ya no pide callos. Los ha expulsado de su costumbre. Igual que la cerveza. Ahora la pide sin alcohol. Pero no es porque esté pasando por un episodio de salud o se la haya dicho el médico: se lo ordena su reloj. Les cuento. En su último cumpleaños sus hijos le regalaron para su cumpleaños un reloj digital de esos muy modernos. Los chavales lo hicieron con buena intención, sin saber que el dichoso aparato iba a ejercer una dictadura tan férrea contra su padre. El reloj, por lo visto, es como llevar un médico y una enfermera en la muñeca: le marca la tensión, le dice las pulsaciones, las horas de sueño, la frecuencia cardíaca, le da consejos… Y, lo más importante, le permite plantearse un reto personal diario. Todos los días el reloj le dice si lo ha hecho bien y si tiene que mejorar. El otro día mi amigo vino a la cita mañanera conmigo muy contento. El reloj le había dicho que él, un recién setentón, gracias a sus esfuerzos físicos y el cuidado de su cuerpo, tenía una edad biológica de una persona de cuarenta años. Ahora está empeñado en rebajar esa edad biológica. Apenas come aquello que le gusta y se pasa la mañana haciendo esfuerzos físicos que no desea. Quiere llegar a tener 30 años y luego 20, como el curioso caso de Benjamín Button. Se ha obsesionado tanto que cuando va al Corte Inglés a comprarse ropa visita antes que nada la planta dedicada a los jóvenes. Yo no sé si ha perdido años, lo que sí ha perdido es alegría. Los callos le hacían contar chistes y reírse a mandíbula batiente. Hace poco le hablé a un médico conocido del caso de mi amigo y me contó la anécdota de ese paciente que llegó alarmado a su consulta porque su reloj le marcaba una tensión muy alta y una frecuencia cardiaca inusual. El médico le tomó la tensión, le hizo un electrocardiograma y dio su diagnóstico: reloj roto. Moraleja, no les hagan caso a los relojes digitales o acabarán sin saber ni la hora.
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