Notas al margen
David Fernández
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Mirada alrededor
Los que, como ciudadanos y periodistas, participamos –cada cual en su ámbito– del espíritu de la transición que abría el camino que nunca debería haberse borrado de las libertades y la concordia, teníamos la conciencia de que la dictadura franquista con su reguero de crímenes, resultado de la cruenta guerra civil que había dividido hasta el exterminio a los españoles, sería, a partir de aquellos años de esperanza, cosa del dramático pasado histórico. Pasado que, por supuesto, no había que olvidar para no repetirlo en generaciones futuras y por respeto y honra de tantas víctimas y dolor causado.
Seguro que no esperábamos, las generaciones de la transición, que llegara un momento, como el actual, donde gobierno y oposición se enzarzaran de nuevo en una falsa división de España que sólo es dramático pasado. Creíamos haber derribado los muros de la España cainita –aunque los asesinatos de ETA los mantuvieran mucho tiempo– para gozar de un país tan rico en su diversidad y hasta en sus ideas. Pensaba y sigo pensando que es preferible que haya millones de Españas –la que cada españolito tiene en su cabeza y en su corazón–, que sólo dos enfrentadas que, como decía Machado, acabarían helándonos el corazón. Recuperamos el nudo convivencial y democrático para dejarlo como herencia pacífica a nuestros hijos.
Por eso los tintes guerracivilistas que asoman frecuentemente en la política actual nos preocupan. Así empezaron nuestros viejos enfrentamientos cainitas. No se puede hacer, como hace el Gobierno, de considerar a media España –la que no reverencia a su líder– de ser heredera del fascismo o del franquismo. Tampoco la oposición debería incluir en ese triángulo al llamado sanchismo, aunque todos esos términos tengan un mismo concomitante. El fácil recurso de Sánchez de calificar a todo disidente de extrema derecha coloca automáticamente a los que, según él, no lo son, en el otro lado. Otra vez dos Españas, la de los buenos y los malos, según desde el prisma que se mire. Lo peor de todo es que de estos absurdos simplismos se ha nutrido nuestras dramáticas confrontaciones civiles.
A una sociedad adulta, educada en la democracia, no se le puede presentar estos espantajos para encasillarla a gusto de unos políticos irresponsables. No, señores y señoras que hacen o viven de la política. Afortunadamente, por mucho que se empeñen, no hay dos, sino millones de Españas que tienen ideas propias y conciencias limpias, las de los ciudadanos libres que deciden por su cuenta, no ven al vecino como un enemigo y abominan del odio colectivo. Es decir, son personas normales, Y no como ustedes.
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