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Tras el resultado de las elecciones catalanas, donde los partidos secesionistas retrocedieron a favor del PSC, advertí de lo absurdo que sería pensar en una moderación del chantaje independentista a Pedro Sánchez que con complacencia lo había aceptado para mantenerse en el poder. Tienen fuerza suficiente ERC y el Junts del ultraderechista Puigdemont para obligar al inquilino de la Moncloa a aceptar las exigencias de los delincuentes. Empezó eliminando del Código Penal los delitos de sedición y malversación, hasta llegar a darle paso a una ley de amnistía, tal como la redactó el prófugo de Waterloo. Ley que el Fiscal general del Estado, con un mínimo apoyo, ha exigido cumplir a rajatabla.
El precio pagado por Sánchez no era suficiente, como sospechábamos. Tras las elecciones catalanas han empezadlo las exigencias económicas –la pela es la pela, dicen allí–, como esa “singularidad” fiscal que ha detallado ERC y Junts, recaudando el cien por cien de los impuestos, la condonación total de la deuda que superaría los 70.000 millones, y todo lo que haga más honda la desigualdad entre regiones y los españoles que vivan o no entre las que reciban ese trato “singular”. Aparte de seguir afirmando que el inmediato futuro será el referéndum de autodeterminación, esas exigencias económicas, si Sánchez las aceptara en su totalidad, la pagaríamos el resto de los españoles. Por eso podríamos decir, si se confirman, como afirmaban los independentistas de “España nos roba” que quien nos robaría sería Sánchez, haciéndonos pagar sus gabelas para seguir en el poder, o alcanzarlo Illa en Cataluña.
Es obvio que España es diversa, base de su propia grandeza. Pero también muy desigual en cuanto a riqueza y bienestar de sus ciudadanos, por lo que es necesario mantener un equilibrio entre las regiones ricas y pobres o menos favorecidas, para evitar que los fosos se agranden entre regiones, autonomías, territorios, es decir entre los ciudadanos que viven en uno u otro lado. Que un partido socialista agrande esa brecha por los intereses exclusivos de un individuo y su grupo es deleznable. Salvo, claro está, que el sanchismo no tenga nada que ver con un histórico partido llamado –todavía– socialista, obrero y, sobre todo, español. Los independentistas saben muy bien que tienen una oportunidad también histórica y sería absurdo que la dejaran pasar. Queda por ver hasta dónde puede llegar Pedro Sánchez, porque es difícil encajar en un autosello ‘progresista’ la desigualdad entre españoles, condenados a vivir en aquellas regiones que no sean tratadas con los privilegios de la “singularidad”.
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