Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Lo que para cualquier persona que lea este titular y no sea granadina significaría referirse a alguien natural de la ciudad o provincia de Santander, aquí en casa identifica a uno de los mejores y más singulares restaurantes de los últimos 40 años.
Decía el tango aquello de que 20 años no es nada, sin embargo cuatro décadas en la hostelería es una eternidad, sobre todo si como el alma máter de esa casa, se dejaba cada día la vida en atender a todo el que traspasaba el umbral de su puerta.
El caso es que después de más de media vida, Jesús Diego, decidía hace unos días echar la persiana, dejando sumidos a sus centenares de clientes y amigos en una orfandad gastronómica y afectiva de la que nos va a resultar muy difícil salir.
El pasado lunes Jesús era objeto de un merecidísimo homenaje, en el que se daban cita buena parte de sus colegas y algunos clientes. Fue un encuentro emotivo y necesario, pero creo que no suficiente, quizás por la premura de la convocatoria, lo que quizás impidiera que su legión de admiradores y amigos pudiera estar presente.
Jesús llegó a Granada de su Santander natal y se quedó con nosotros por amor, el que ha recibido y dado a su pareja, pero también el que ha repartido a plato lleno a toda Granada. Nos llegó desde el Club de Tenis de la Magdalena, lugar exclusivo donde los haya, donde servía el zumo de naranja a Emilio Botín y su hija, y quizás nos trajo desde aquel lugar su exquisito concepto de atención a los clientes.
Lo primero que te encontrabas al atravesar aquella mágica puerta, era un tipo que por su elegancia podría ser el doble de David Niven y un expositor de productos de la mar que me hacen salivar solo con su recuerdo; después un trato de una afabilidad extraordinaria y unos minutos más tarde unos sabores de los que no te ibas a olvidar en toda tu vida.
Nos trajo el gusto del Cantábrico hasta Granada, pero sobre todo nos trajo su elegante forma de entender la hostelería, su afabilidad, su bonhomía y su discrección, porque en sus comedores se generaron algunos de los hitos más importantes de los últimos 40 años de Granada y nada salió de aquellas cuatro paredes. En el caso de Jesús está más que justificado aquello de que “vale más por lo que calla que por lo que habla”.
Gracias Jesús, mil gracias por tu cocido montañés, tu cabracho, tus anchoas, tus canutillos, pero sobre todo gracias por ser un tipo que si no existiera habría que inventar.
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