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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Dábamos por normal algo tan excepcional y necesario como esa manzanilla caliente para que se asiente el estómago, los vahos de eucalipto o las cataplasmas de malvas, remedios caseros con vitamina familiar de hogar acogedor cuyo valor crece conforme se amplía el punto de mira sobre lo que realmente nos cura.
En el mundo de la urgencia y el rendimiento como consigna no es habitual volver la mirada a quien nos cuidó. Lo damos por hecho hasta que tal vez nos faltó. Sonia Herrera, investigadora de la granadina Fundación Index, se ha empeñado en que esta humilde labor de nuestras madres, hermanas, tías, hijas y abuelas no se pierda y tenga su espacio de reconocimiento y para ello hasta nueve mujeres de la localidad de Cabra de Santo Cristo recibían el aplauso de los asistentes el pasado sábado a la inauguración a una muestra en la que en primorosas maquetas de espacios domésticos como las cocinas-mundo de antaño –obra de la siempre inquieta activista cultural Marina Alvear–, nos retratan ese espacio íntimo lleno de botes con aceites o flores recogidos de un huerto exterior.
Acostumbrados a los remedios instant de la pastilla exprés, pararse a reflexionar desde la ciencia del cuidado en cómo es el factor humano el que en última instancia acelera o retrasa nuestra curación resulta una labor tan necesaria como contracorriente en la que se han empeñado estudiosos como el catedrático Manuel Amezcua, enamorado de la cultura popular tan sabia como este proyecto a medio camino entre lo humanístico y lo científico de la antropología y la sanidad.
Ahora que nos preguntamos por cuestiones candentes como la epidemia de soledad que viven nuestras sociedades o las razones para que los menores se hacen adictos a lo virtual, revivifica esta antigua savia nueva del saber que cura. Dos años llevan ya recopilando datos en esta fundación con un pie en Granada y otro en Cabra de Santo Cristo, entrevistando a mujeres del campo y la ciudad que, sin saberlo quizás, son portadoras de un saber tan curativo como el tomillo lo es para la tos, la sonrisa para la pena, el sirope de ajo con o sin abrazo, la escucha o el acompañamiento mientras se cuece la cola de caballo, la espera paciente a que la crema haga efecto en la piel dañada y esa cataplasma intangible que es saber que a alguien le importas y te da su tiempo para que te pongas bueno mientras te dejas cuidar, algo tan necesario y elemental que hace falta que nos lo vuelvan a través de las generaciones a recordar.
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